Se ha escrito tanto por analistas, ensayistas, columnistas, políticos y más… Se ha desmenuzado desde todas las aristas un hecho innegablemente histórico pero fatídico para un trozo de las Antillas, y entonces, después de 65 años, se me hace ocioso reproducir lo que el mundo ya sabe, por lo que prefiero hacer énfasis en la película que retrata genialmente la desgracia a que ha llegado Cuba luego del 1 de enero de 1959.
Preferiría decir “azúcar amargo”, pero el director de cine, León Ichaso, en 1996, luego de una acibarada experiencia familiar sufrida por causa de la dictadura castrista, guioniza y dirige la película Azúcar amarga, que cuenta la historia de un hombre oriundo de la isla, padre de dos hijos, uno músico de rock y el otro, partidario de la revolución, flamante ingeniero y, por tanto, fiel creyente de la ya vigente autocracia que el decurso de los hechos derivó en brutal dictadura como método normal de gobierno.
Gustavo, de promisorio futuro bajo el amparo del comunismo, está esperando una beca posgradual para Checoslovaquia, aliada cubana, que nunca se la darán. Una noche, sin proponerse, descubre que Yolanda, su novia, está cenando en un hotel para turistas, es decir, uno de esos al que sólo los extranjeros pueden acceder. Su acompañante es un italiano. Luego del barullo ocasionado, el infortunado joven es echado del local. La máscara de falsedad del régimen que proclamara una liberación y recuperación de su soberanía política, pero sobre todo económica, se cae para mostrarse tal y como es: un país sumido en la miseria. El turista italiano debía ser tratado con toda consideración, porque era de los que dejaban dólares en la maltrecha economía caribeña. ¿Las consecuencias del atrevimiento del joven fiel militante de la causa revolucionaria? Pues lo que acostumbra hacer esta clase de regímenes, tal como se estilaba en la ex Unión Soviética estalinista: las represalias. Le hicieron oficial lo que nunca tuvieron intención de cumplir. Adiós Praga; hola a su propio suplicio.
Su hermano, el rockero perseguido desde el inicio de la dictadura, optó por formas inverosímiles de protesta, como inyectarse sangre contaminada de SIDA. ¿Pero a quién puede importarle un acto semejante en un régimen de brutalidad y desconocimiento de humanismo como la Cuba comunista?
No es una cinta de muchos recursos técnicos, pero le sobran argumentos sociales como para constituirse en fiel reflejo de lo que en principio fue una esperanza para la gran mayoría de los isleños; todos estaban locos por el comandante, tanto que el padre de los dos jóvenes, destacado psiquiatra, no tenía trabajo y entonces tuvo que encontrar uno como pianista en un restaurante del que también fue corrido.
Así era la Cuba de los años sesenta. Así es la Cuba actual. Yolanda optó por autoexiliarse a Miami, como lo hicieron y lo hacen miles de personas decepcionadas de la doctrina socialista. Es que, cuando se siente hambre, ninguna ideología llena el estómago. Esa es la Cuba de los Castro, los Guevara y los Cienfuegos. La Cuba de la opresión y la depresión sigue vigente porque la experiencia de la ignorancia, de la pobreza, de la dictadura de Fulgencio Batista, no ha cambiado, más bien se ha endurecido. El humanismo que el comunismo prometía después de 65 años no ha llegado. Cuando Azúcar amarga se rodó, ya se diluían los escritores y las defensas de la heroica Revolución frente al imperialismo. Había pasado el entusiasmo de los extraordinarios ensayos y testimonios sobre la nueva sociedad; y hoy, y desde hace varias décadas, toda la exuberancia de las palabras a favor de la “libertad” y el proyecto utópico de los revolucionarios se vinieron abajo. El arrebato juvenil que logró campañas de alfabetización, para muy seguidamente proscribir libros y periódicos, y el proyecto que el éxtasis que irradiaban los encendidos discursos de Fidel, se transformaron en una clandestina desesperación de ver el mundo que a varias generaciones la tiranía le ha privado.
Hoy, los ingresos por el tabaco se hicieron humo en los bolsillos de los poderosos y el azúcar se volvió amargo porque genera ingresos solo para los líderes del Comité. Y el socialismo tropical con alegría se ha transformado en una pesadilla de décadas de sofocación sin aire acondicionado, de suicidios y de balseros mar adentro, a veces a lo más profundo. Aun así, se puede ver grafitis de “patria o muerte”, tan familiares e infelices en nuestra reciente historia nacional.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.