Cada momento tiene su quehacer; y, el nuestro, en este instante preciso y precioso, nos pide acción sin apartar a nadie, con una auténtica mística comunitaria, que nos lleve a salir victoriosos de esta sensación general de frustración, soledad y desesperación; atmósfera que nos acorrala por doquier continente.
Una sociedad inclusiva es una sociedad resistente. Por eso, tenemos que elegir entre un mundo fragmentado y dividido, frente a otro que es la antítesis, caracterizado por su espíritu hermanado y cooperante, en el que son aprovechadas las oportunidades para forjar un ambiente de unión y unidad. El aluvión de realidades violentas, así como la persistencia de los conflictos, aparte de generar incertidumbre económica, suele también desviar recursos destinados a la educación, la atención sanitaria y la nutrición. De ahí, la importancia de la acción colectiva, mediante la gobernanza mundial y las reformas financieras, que han de ser mucho más enérgicas con este tipo de actuaciones. Así, todos los Estados en su conjunto, deben garantizar una migración sustentada y sostenida en los Derechos humanos. Sin duda, el mundo migrante, requiere de una gestión más humana.
La situación actual del planeta, con sus moradores al frente, nos estamos enfrentando a riesgos sin precedentes. Para empezar, las democracias suelen estar amenazadas. No podemos continuar indiferentes, con el corazón empedrado, urge la acción cívica mundial constructiva y el activismo en alianza. Hoy más que nunca, necesitamos salvaguardar el bien de la persona, lo que significa no sólo preocuparse de sus intereses sectoriales, sino también de su plena realización y dignidad. Para ello, no sirven tanto los estudios, sino van acompañados de un vigor formativo adicional, con base en la construcción de relaciones virtuosas de apoyo mutuo. Desde luego, en una tierra donde se multiplica la polaridad, el sostén de las misiones internacionales debe contar con los recursos adecuados y el pleno soporte político del Consejo de Seguridad.
Así es, nos necesitamos todos en todo para ese sueño en común, que requiere mente, pero además voluntad conciliadora y donante. Hay que optar, no por el miedo, sino por la valentía de abecedarios que nos humanicen, para poder salir de esta selva de desconciertos que ahora padecemos. Las nuevas normativas, junto a las políticas liberadoras, tienen que universalizarse de forma responsable cuanto antes, para minimizar los efectos negativos y generar ocasiones de cambio, que nos activen el anhelo en filiación. Nada se consigue si la rama del linaje no hace tronco, que nos ayude a crear cobijo sin fronteras ni frentes. A propósito, resulta muy doloroso observar la multitud de migrantes irregulares que emprenden peligrosos viajes para llegar a otros horizontes más armónicos, siendo muchas veces víctimas de delincuentes, contrabandistas y traficantes que los atraen con falsas promesas.
Desterremos este mundo cerrado, encerrado en el odio y la venganza, que nos está destruyendo el alma. Abrámonos a la capacidad de trabajar juntos para superar las discordias, favoreciendo la paz y la aproximación entre todos los pueblos. Esto hay que conquistarlo cada día. No hay que conformarse con lo que ya se ha conseguido en el pasado. Cada momento tiene su quehacer; y, el nuestro, en este instante preciso y precioso, nos pide acción sin apartar a nadie, con una auténtica mística comunitaria, que nos lleve a salir victoriosos de esta sensación general de frustración, soledad y desesperación; atmósfera que nos acorrala por doquier continente. Indudablemente, hemos de bajar a la arena, porque la vida es una sucesión de pruebas e incentivos. Ciertamente, en esa mirada global a la que hay que poner mucho más amor verdadero, para no excluir a nadie, requiere ser acariciadora en quietud.
En cualquier caso, hemos de bajarnos ante algunas evoluciones, como las situadas en la esfera digital. Éstas pueden propiciar graves riesgos o grandes entusiasmos. Todo va a depender de la dimensión ética volcada, para no perder el control de uno mismo, animado por una actitud de engreimiento y autosuficiencia, que continuaría levantando muros para impedir el encuentro entre culturas diversas y el desarrollo de una coexistencia serena y amistosa. Sea como fuere, tampoco es de recibo, continuar atormentándonos unos a otros, es la época de elegir el cauce solidario como pulso. Custodiando esta claridad interior es como realmente se reconducen los pensamientos, las visiones opuestas y contradictorias, además de las seducciones ocultas con su monte de encrucijadas. Por tanto, más que un combate físico, precisamos movernos en el discernimiento moral y removernos en la lógica sensatez.
Víctor Corcoba Herrero es escritor.
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