“… ante el desastre, algunos se preguntan ¿Por qué? … el hombre libre se pregunta ¿Qué hago?” – Anónimo.
Parecemos un rebaño perdido. Quienes escribimos sobre la situación política de Bolivia, tanto leernos a nosotros mismos, sonamos como balidos de oveja. En un principio era como escuchar al carnero extraviado, pues nos causaba alarma, curiosidad y pena. Pero a medida que pasó el tiempo, el balido individual se fue generalizando y de ovejas extraviadas pasamos crecientemente a ser varios y muchos que damos señales de alarma cada vez mayores y generalizados, pero que ya sólo aturden.
Hasta que nos acostumbramos al constante quejido, cacofónico y aburrido. Todos decimos casi lo mismo, repitiendo el diagnóstico ya casi generalizadamente conocido y trillado. Y esos balidos se han tornado en un murmullo mantra que nos conduce al adormecimiento, la abulia y la desesperanza. Ahora, ese rebaño deambula sin norte y se pierde en la noche del socialismo extraviado, repitiendo éste hasta el cansancio que estamos bien y que nada pasa, en una suerte de alucinación que ya bordea en la demencia, mientras el rebaño va cayendo uno a uno por los desfiladeros de la desinformación, la injusticia y la represión.
Luego sobrevino el embotamiento. Enfangados, en el diagnóstico y la queja constante, estamos paralizados. Y ese anquilosamiento ahora se asemeja al conformismo y, aún peor, a la resignación del que “así nomás había sido ¡no ve!”.
“Mejor no hagas ruido ni te muevas mucho, cuidado te caigas al barranco de la amenaza, la extorsión, la denuncia, la cárcel o el exilio”.
“Cuidado caigas en las manos de la justicia represora, abusiva y cínica”.
Cuando nos llamamos colectivamente a la acción, a la unidad, a organizarnos, a repeler la abulia, el animismo, el desaliento, surge la palabra alentadora, la que nos permite reconfortarnos, hacer que nuestro problema colectivo nos sea ajeno. Y es entonces que con firmeza reclamamos: ¿Dónde está el guía? En otras palabras, ¿quién nos salvará? Lo que nos permite una suerte de escapismo de nuestra propia responsabilidad individual porque pareciera que el socialismo ya ha percudido nuestras mentes, ya acostumbradas a rezarle al “Estado” para cualquier milagro que nos atinja. Al Papa Estado.
Y si no accedemos al favor y a la dádiva del “Estado”, entonces reclamamos al “partido”, al sindicato, al que fuera, para que nos “atienda”. O nos enojamos y hacemos huelgas, paros o protestas.
Los bolivianos nos estamos terminando de contagiar de colectivismo, de mentalidad de rebaño, de oveja planillera. Del optimista afecto electoral pasamos al respeto tolerante por el derroche abundante y terminamos con miedo a la represión y al sometimiento.
Esa es la trayectoria que ha seguido el régimen masista en sus 18 años de despilfarro y desgobierno.
¿Qué hacer? Lamentablemente no existe el “Chapulín Colorado”, no aparecerá el Mesías redentor que nos saque de esta desgracia.
Cuando instamos a la unión para hacer la fuerza que necesitamos para desembarazarnos del yugo etno-socialista, la pregunta invariable es: ¿unión en torno a quién? Y nos liberamos de nuestra obligación de preguntarnos: ¿con qué y para qué? La unión no puede ser en torno a “alguien”, debiera ser alrededor de una visión del mundo, de una causa, de ideales y de una doctrina humanista, práctica y civilizada.
Entonces la elección está entre: el colectivismo socialista en su versión criolla, como el que tenemos hoy y el liberalismo moderno poscapitalista, adaptado a nuestra realidad y necesidad.
¿Quién lidera?
Pensemos en la película “Sociedad de la Nieve” que relata el accidente aéreo de un equipo uruguayo de rugby, que cayó en los Andes en pleno invierno de 1972. De 45 pasajeros, sobrevivieron 17, después de 73 días sepultados por la nieve, con temperaturas subgélidas.
El liderazgo formal del vuelo, el capitán y la tripulación, murió, lo que hizo que la sobrevivencia dependiera de liderazgos informales diferentes dependiendo del tiempo, las tareas y las necesidades.
Traducido a la política, aquel era un grupo liberal en valores, ideas y actitudes; socializados previamente por el deporte, que los guio a sobrevivir mediante el liderazgo individual e informal. En la emergencia suscitada por el accidente tuvieron que establecer normas y límites éticos diferentes a los habituales para salvar la vida al resto, aun a costa de la propia.
Me pregunto que, si de no haber existido ese núcleo humano particular de jóvenes rugbistas con la ética deportiva de equipo, solidaridad y libertad de acción, ¿pudieran haber sobrevivido el resto de los pasajeros siniestrados? El sistema de organización y conducta previa los salvó, pues el deporte es una buena escuela para la vida y la política.
El otro sistema de valores, basado en el principio de “comando y control autoritario vertical” y dependencia, hubiera paralizado al grupo de sobrevivientes a la espera del rescate de “alguien” que nunca llegó.
Bolivia está ahora también perdida en los Andes. El sistema socialista ha fracasado rotundamente y necesitamos reemplazarlo por el otro: el que funciona, aunque imperfecto y en evolución, pero que ha probado producir mayor bienestar y progreso para el mayor número de gente, en diferentes partes del mundo. ¿Qué esperamos?
El autor es catedrático, exalcalde de La Paz y ministro de Estado.