En medio de las brumas de los cañonazos consumidos, y pese a ser temprano, oigo cerca de casa que suena una banda, y he decidido saltar de la cama y correr a mi escritorio para contarles algo a mis lectores, antes de volver a reunirme con los Tauras. Lo cierto es que no deseo pasar por alto lo que está siendo este carnaval, cuando los cruceños –y supongo que todos los demás compatriotas– hemos olvidado por algunos días la barbarie bloqueadora y vuelto por los fueros de nuestro fervor carnavalero.
No podía ser de otro modo, luego del espectacular corso del sábado, donde, desde hace semanas, brilla con su propio esplendor nuestra hermosa reina, Aitana, bella entre las bellas, pero, además, con una simpatía y carisma que la han hecho inolvidable. Es cierto que sus antecesoras en el trono de las carnestolendas fueron todas de gran belleza y alegría, pero en unos carnavales a medias o inexistentes, ya fuera por la plaga china que nos acosó o por la política que nunca deja de acosarnos. Hoy, aunque nos hayan bloqueado los “jochis” del Chapare, la comparsa “Ociosos”, se dio modos para hacer de su coronación una fiesta brillante, magnífica, generosa, sin fin.
Los “Tauras”, tan antiguos como renovados, nos contagiamos del entusiasmo reinante y nuestro presidente “Chevo” Camacho, con su eficiente equipo, hizo que la comparsa se pusiera a la altura del momento, haciendo honor a sus 76 años de tradición. “Tauras” y esposas salimos por la calle Libertad en la segunda “precarnavalera”, montados en una veintena de viejos y heroicos jeeps Willys, que tanto agradecemos Y, como no podía ser de otro modo, estuvimos con nuestras señoras en la imperdible Coronación de la reina; además, por cierto, en el maravilloso corso en el Cambódromo, cuando lucimos, como ofrenda a Santa Cruz, la casona camba tradicional, llena de luz y de colorido, donde recibimos la visita amable de carnavaleros de otras comparsas. El corso demoró mucho más de lo necesario, es cierto, el barullo era grande, el desorden también, pero es la fiesta que nos encanta a los cruceños, es lo que nos divierte, y así pasamos las horas bailando, bebiendo, y saludando.
Previo al corso la comparsa se reunió en la siempre hospitalaria casa de Juan Carlos Balcázar y de “Tojita”, su querida esposa. Hubo un delicioso horneado con café para aguantar la jornada, aunque en nuestro magnifico carro alegórico nada faltó. De paso el cariño de nuestros anfitriones y de todos mis cofrades hizo que se me obsequiara con cuatro deliciosas tortas porque éramos muchos los comensales, y que se interpretara el “happy birthday” al son de nuestra excelente banda criolla. Por si fuera poco, mi sobrino Luis Moreno Gutiérrez, me obsequió sendas botellas del delicioso vino tarijeño El Cruce del Zorro, bodega buenísima de la que es uno de sus dueños. Alegría absoluta, como se entenderá. Fue una casualidad que mi cumpleaños cayera, justamente, en el día del corso, lo que ratifica que nací y moriré carnavalero.
Tener el honor de encabezar el corso y de ser la vanguardia fiel de la reina, hace que los “Tauras” seamos reconocidos y aplaudidos por el público, simplemente porque somos parte de este pueblo hermoso que hace del carnaval un quiebre en su vida cotidiana. El cruceño, tenga dinero o no, siempre amó la “fiesta grande” y si no participa en las comparsas festeja a su modo, solo o con sus vecinos, mirando el corso primero y luego participando a toda mecha del jolgorio, en estos días de fiesta que transcurren saliendo a las calles para aturdirse con las bandas, para la mojazón que ya ha menguado bastante, para beber las cervecitas frías y bailar y también para saciar el hambre con churrasquito y yuca. Para los Tauras, la cita es ahora en la incomparable esquina del casco viejo de la ciudad, que nos han cedido los tradicionales y cariñosos Haraganes.
Si en una gran celebración de Año Nuevo uno se abraza con medio centenar de personas, amigos o no, en las calles cruceñas los abrazos son con cientos y cientos, amigos o no también. Ni qué decir en ese infiernillo ardiente, alegre, tan apechugado como cariñoso que es La Cruz. Es que, aparte de las comparsas, que son agrupaciones de camaradas, el carnaval es un encuentro de confraternidad popular. En las calles todos somos iguales, con casaca “comparsera” o sin ella; todos, mujeres y hombres, se mojan, se pintan (ahora menos), brindan, gritan y bailan hasta que más no pueden, hasta “fundir morocos”.
Aparte del corso, que, por supuesto, tiene un orden establecido y respeta a las autoridades, los tres días siguientes son la locura absoluta. Ahí, el carnaval cruceño se suelta y pasa a ser único. No sabemos, pese a nuestra larga vida, como durante tres días seguidos, grandes, chicos y viejos, estén en la calle, incansables, brincando, al son de las atronadoras bandas y las añoradas tamboritas. Y que, además, existan, sitios cerrados, donde, algunos de los más jóvenes, los menos, se citan para sentirse mejor y bailar con su música electrónica de moda. Y como la ciudad ha crecido inmensamente y el centro no da abasto para tantos carnavaleros, hay carnestolendas de las buenas en la Villa Primero de Mayo, en el Plan, en la Pampa de la Isla y demás barrios de Santa Cruz. De esa manera, la ciudad retumba.