sábado, noviembre 2, 2024
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La inmoralidad de los subsidios

Antonio Saravia

Los subsidios son transferencias que el gobierno hace a ciertos productores para abaratarles los costos. El objetivo es que dichos productores puedan vender sus productos con un precio menor en el mercado y así puedan incrementar sus utilidades. Para muchos de estos productores, el precio final del producto sería tan alto sin el subsidio, que muy poca gente lo podría comprar. Tendrían entonces utilidades negativas y no podrían sobrevivir.
Los subsidios son tan viejos como los gobiernos. Casi todos los países del mundo los han usado en algún momento y el resultado ha sido siempre el mismo: ineficiencia y mala asignación de recursos. Cuando los subsidios han sido utilizados de forma masiva y en varios sectores de la economía a la vez, han causado verdaderos estragos y severas crisis de los que los países solo salen a duras penas… si salen. Un ejemplo importante en nuestra región fueron las décadas de los 60 y 70 cuando abrazamos el modelo de sustitución de importaciones impulsado por la Cepal. Durante esas décadas los gobiernos latinoamericanos se empecinaron en la idea de que debíamos sustituir importaciones produciendo en casa productos que venían de afuera. Para eso, y entre otras medidas, subsidiaron muchos de los costos de producción de nuevas e incipientes industrias que prometían producir autos, maquinaria, etc., que típicamente importábamos. Dado, por supuesto, que esa era una idea trasnochada y que nuestros países no tenían ventaja comparativa en esos productos, y era imposible competir con países que llevaban años desarrollando economías de escala, el resultado fue un despilfarro brutal de recursos que terminó generando severas crisis en la región. El largo período de crisis se denominó después, “la década perdida de los 80”.
Los subsidios son malos desde un punto de vista económico por al menos tres motivos. El primero es que los subsidios transfieren plata que el gobierno le quita a la gente a través de impuestos a industrias o productores que el gobierno piensa que se deben promocionar. Es decir, los subsidios son pagados por la gente a punta de pistola, pero son los políticos los que deciden a dónde va la plata. El gobierno se encarga, entonces, de elegir ganadores (quién recibe la plata) y perdedores (quién no lo hace) en lugar de que seamos todos nosotros, en la interacción individual y voluntaria del mercado, los que lo hagamos. Esto genera una tremenda ineficiencia, ¿cómo saben los políticos qué industria debe ganar y qué industria debe perder?, ¿cómo deciden?, ¿no deja esto la mesa tendida para la existencia de lobby y corrupción?
El segundo es que los subsidios típicamente representan un fuerte incremento del gasto público que termina generando déficits fiscales y, claro, los déficits fiscales son la causa primordial de los desequilibrios macroeconómicos. Nosotros estamos sufriendo eso mismo en carne propia. El gobierno subsidia a YPFB los costos de importación de los combustibles para que YPFB los venda con un precio mucho menor al precio internacional. El subsidio a los combustibles representa al menos $us 1.800 millones al año, que equivalen a más de la mitad del déficit fiscal. ¡Y ya llevamos 11 años consecutivos de déficit fiscales! La deuda acumulada año tras año ha hecho que el gobierno eche mano de las reservas internacionales y esa es la causa fundamental de la escasez de dólares. La crisis que vivimos hoy, y que se profundiza día a día, tiene como principal determinante el excesivo gasto fiscal y, dentro del gasto fiscal, el subsidio a los combustibles es, de lejos, el principal problema. Por eso es que estos subsidios deben ser eliminados. Así, sin vuelta y sin anestesia.
El tercero es que los subsidios crean un efecto burbuja en el que los precios de los productos subsidiados son artificialmente bajos. Aunque esto pueda parecer bueno a simple vista (¿quién no quiere productos baratos?), lo cierto es que es tremendamente perverso. Cuando los precios no reflejan la real escasez de las cosas tomamos decisiones incorrectas. Tome el caso del subsidio a los combustibles. Dado que el precio de la gasolina y el diésel son bajos, tenemos incentivos a usar más combustibles de lo normal: compramos autos que probablemente no compraríamos si los precios de la gasolina fueran reales, los utilizamos más, hacemos viaje por carreteras, tomamos más transporte público en lugar de caminar, etc. Además, dado que el costo de combustibles representa uno de los principales costos en cualquier emprendimiento, tendemos a abrir negocios que no hubiéramos abierto con precios reales y muchas empresas sobreviven a flote solo por el subsidio. Todo esto hace que recursos escasos sean utilizados en industrias en las que probablemente no deberían ser utilizados. Por último, dado que el precio de los combustibles es un componente principal de todos los otros precios en la economía, el subsidio hace que el país viva en una burbuja artificial de inflación baja en la que las decisiones equivocadas se replican en todos los niveles del mercado.
Pero el problema de los subsidios no es solamente económico, sino también moral. ¿Cómo justifica moralmente un gobierno el cobrar impuestos a la gente para subsidiar ciertos productos o industrias? ¿Con qué derecho pueden los políticos decidir que nuestra plata, el fruto de nuestro esfuerzo, sea utilizada para subsidiar a industrias que ellos decidan deben ser subsidiadas? ¿Cómo justifica moralmente un gobierno el incurrir en permanentes déficits fiscales, por aplicar subsidios, que socavan la estabilidad macroeconómica y producen severas crisis? ¿Cómo se justifica moralmente el que estas crisis hipotequen nuestro futuro, sobre todo el de los más jóvenes, y produzcan países inviables con economías rotas? Los subsidios son pagados con nuestro bolsillo y, por lo tanto, representan un ataque a nuestra libertad y nuestra propiedad privada. Lo que es peor, los subsidios nos hacen vivir en una burbuja que inevitablemente se pincha, desencadenando crisis severas que siempre las paga la gente de a pie.

Antonio Saravia es PhD en economía.
Twitter: @tufisaravia

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