En estos días rememoramos el acontecimiento más importante de la historia para millones de católicos, la pasión, muerte y resurrección de un ser extraordinario, Jesús de Nazaret, quien es considerado el Salvador de la humanidad. Él soportó un vía crucis para finalmente ser crucificado y dar al mundo la mayor muestra de amor por la humanidad. Durante su prédica, Jesús se presentó como el hijo de Dios, por lo que, asumiendo esa condición, manifestó que vino a morir para redimirnos y salvarnos.
En el ámbito católico, el año litúrgico comienza con el Adviento, sigue con el período de Navidad y prosigue con la Cuaresma, triduo santo y período pascual. En ese transcurso se recuerda los grandes misterios de la vida de Jesús hasta su muerte, llevando la cruz al Gólgota y suceder su gloriosa resurrección, que implica una nueva vida en el reino celestial. El momento culminante y dramático de la vida del Salvador es la Pasión, cuando se encamina hacia Getsemaní y el Calvario, como culminación de una misión divina.
Los hechos de la Pasión de Jesús de Nazaret son únicos, tuvieron lugar en la ciudad de Jerusalén y sus cercanías, cuando Tiberio era emperador romano, Poncio Pilatos, gobernador de Judea y Caifás el sumo sacerdote. Todos esos eventos confluyen en la Buena Nueva de nuestra salvación. Verdaderamente, según expertos en textos bíblicos, lo más importante de la Pasión “es el dolor de Dios, la fidelidad al plan de salvación, el amor infinito de Jesús al Padre”. Se trata de episodios reales, con una trascendencia más que todo espiritual. Para los católicos creyentes no hay una vida humana ni un evento humano con más repercusión que la de Cristo, por su sagrada prédica e inexorable martirio por el bien de los demás.
Sin embargo, las lecciones dejadas a su paso por el Redentor de la humanidad, han sido olvidadas por una parte considerable de quienes habitan el planeta. Una prueba de ello es que en pleno Siglo XXI continúan surgiendo guerras por diversos motivos, como fanatismo religioso, conquistas territoriales o búsqueda de hegemonía mundial a través de las armas, cada vez más sofisticadas y mortales. Pero los enfrentamientos entre grupos armados ahora no solo causan muertos y heridos entre combatientes, sino que las víctimas son inocentes civiles. Tampoco se salvan de la destrucción hospitales, escuelas o centros culturales, sin que organismos internacionales puedan hacer algo efectivo para detener las guerras.
A la luz de tales hechos y de otros que tienen que ver con gobernantes con angurria de poder que no dudan en provocar el sufrimiento de sus pueblos, provocando masivas migraciones y pobreza extrema, convendría recordar que, al final, lo que se siembra se cosecha.
Qué diferente ha sido la vida del hijo de Dios, dedicada en verdad a promover la hermandad, la tolerancia y la solidaridad entre seres humanos, por lo que siempre será motivo de una profunda meditación para mejorar la convivencia en cada hogar y grupo social.
Necesidad de reflexión en Semana Santa
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