Una ola liberal avanza en Latinoamérica. Está confirmado en Argentina, pero el fenómeno es regional. Además de ese país, las ideas de la libertad se han incrustado firmemente en Uruguay, Paraguay y Perú, y no abandonan la batalla en Brasil, Chile y Ecuador. Por ahora están más rezagadas en Colombia y ni qué decir en Bolivia y Venezuela, pero aun en estos países hay muchas iniciativas académicas, intelectuales y políticas, que llaman a la esperanza.
En nuestro país ha surgido el Partido Liberal y sus actividades han logrado mover la aguja de la opinión pública intelectual de forma efectiva. No hay ahora agrupación política en la oposición que no hable de liberalismo o que proponga mantener el actual nivel de estatismo. Hay todavía mucho por avanzar, pero queda claro que a partir de ahora ya nadie tomará en serio a un proyecto de oposición que proponga más Estado.
Hace 75 años, Friedrich Hayek publicó el famoso ensayo “Los Intelectuales y el Socialismo” en el que analizaba el rol de los intelectuales en el fuerte avance de las ideas socialistas en esos años. Las ideas socialistas, decía Hayek, nunca han sido desarrolladas en primera instancia por las clases trabajadoras, porque éstas no son un remedio obvio para lo que ellas demandan. Estas ideas son, en realidad, una construcción teórica llevada adelante por intelectuales y usada después para persuadir a la clase trabajadora para que las adopte como su programa. La influencia de los intelectuales en el proceso político es, por lo tanto, infinitamente más importante de lo que uno supone. Así, lo que parecerían batallas políticas de intereses entre diferentes grupos de la sociedad (proletarios vs. burgueses, campesinos vs. terratenientes, pobres vs. ricos, etc.) han sido, la mayoría de las veces, ya decididas de antemano en pequeños círculos de intelectuales.
En su artículo, Hayek asevera que la influencia de los intelectuales de izquierda, sobre todo entre los más jóvenes, está basada en su carácter visionario. Los intelectuales de izquierda tienen el coraje de proponer utopías (el comunismo, “el hombre nuevo,” “de cada quién de acuerdo con su habilidad y a cada quién de acuerdo con su necesidad”, etc.) que, aunque no resistan un mínimo examen lógico, plantan en el imaginario de la gente un ideal al cual avanzar. Desafortunadamente, la tradición liberal no ha logrado posicionar utopías alternativas y, es por eso, de acuerdo con Hayek, que la tradición liberal sufre una fuerte desventaja frente a la izquierda.
Si queremos que la ola liberal siga avanzando en la región y que las ideas de la libertad se sigan afianzando, deberemos tomar las recomendaciones de Hayek en serio. El programa liberal debe apelar a la imaginación. La construcción de una sociedad libre, decía Hayek, debe ser una vez más una aventura intelectual corajuda. Necesitamos una utopía, no medias tintas o un socialismo diluido (lo que la oposición tradicional en Bolivia ha venido ofreciendo), sino un radicalismo bien construido que provea un norte y que enamore con un proyecto de nación.
El peor error del programa liberal es pensar que nuestros esfuerzos por cambiar el país o el mundo deben circunscribirse a lo que es “posible” o “práctico” hoy. Si dejamos el mundo de los ideales abstractos en manos de la izquierda, lo que es posible o práctico será cada vez más limitante para nuestras reformas. Nunca olvidemos que lo que es posible y práctico hoy se mueve de acuerdo con la aguja de opinión pública. Pero a ésta la mueven, al final del día, los intelectuales.
Antonio Saravia es PhD en economía.
Twitter: @tufisaravia