Transitar por un centro de compras, tienda, supermercado, nos da la posibilidad de ver a las familias, esposos, esposas hijos e hijas, además de permitirnos ver como se cumplen las leyes de Mendel, las cuales deben su nombre al científico austriaco Gregor Mendel (1822 – 1884) que rigen la herencia genética. Por ella encontramos parecidos entre los miembros de la familia, aunque tal vez por allá sacó algo del abuelo o la duda, como dice la canción: “el negrito es el único hijo tuyo” y podemos identificar, además, a las parejas disparejas.
Disparejos en el tamaño, pues ella o él al querer pasar el brazo por la cintura, realmente se lo pasa por el hombro; qué decir del peso o la masa, uno delgado y el otro “hermoso” (por supuesto me refiero a los miembros de la pareja heterosexual). Y en el caso de la diferencia en edades, ella casi una niña y él casi le duplica la edad, en el mejor de los casos.
Es posible, siendo el tiempo infalible, donde no hay retorno a la hermosa juventud, desde aquel día cuando se juraron “hasta que la muerte nos separe”, que ni era tanta la diferencia en cuanto al tamaño de las personas, ni en el exceso de peso o masa, justificándolo con que al principio no comían tanto, pero después de casados, no saben por qué, se le abrió a uno de ellos un apetito voraz.
¿Y en cuanto a los años de diferencia? Al principio no se notaba, años después sí. Quién mejor testigo (no el espejo) que cuando comparamos una foto de cuando éramos jóvenes y de la época actual, se observa la diferencia de que los “almanaques” no pasan en vano.
La clave de haber escogido sanamente, si así fuese (obviando la posible posición económica o de interés de él o la posible candidata, pensando en una vida menos laboriosa y complicada) es el amor, que a veces resulta ciego. Y es que al principio todo es amor y después cuando se descubren las semejanzas o diferencias en cuanto a gustos, o gastos es sí, amor.
Qué decir de aquellos o aquellas a quienes les van pasando los años y no encuentran “a qué palo arrimarse” o el esperado príncipe azul típico de los cuentos de hadas, que no aparece ni por los santos espirituales y aunque sea en el “último tren” o bien sea un sapo encantado, ¿van “de viaje”, aunque no sea la mejor opción?
No queda duda, que las posibles reflexiones sobre esta nota pueden generar sonrisas o ratificar que efectivamente “a mí me sucedió”. El problema es que a veces nos damos cuenta tarde, bien porque ha pasado toda una vida o porque a pesar de lo hermoso, lo alto o lo bajo, lo que funcionaba y que dejó de funcionar, quien ganó fue el amor.
Algo por ahí, quién sabe, fue lo que más le atrajo, obviando otras cualidades, virtudes, unas mejores, otras peores.
Por cierto, ¿cuál fue su caso?
El autor es Licenciado en Ciencias Pedagógicas.