martes, julio 23, 2024
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Midiendo emociones, es mejor reír que llorar

Ernesto González Valdés

Cuando reímos, su manifestación se da mediante ciertos movimientos de la boca, de los ojos (por donde pueden ‘emigrar’ lágrimas inclusive) y otras partes de la cara, acompañados de la emisión de una serie –diría que gradual– de sonidos explosivos e inarticulados, como una evidencia de alegría, placer o felicidad.
Y de buscar un hilo conductor –término comúnmente utilizado en la pedagogía/didáctica, en la preparación de una clase y su coherencia o vinculación con conocimientos ya adquiridos o abordados–, la risa también puede relacionarse con el llorar, siendo disímiles los motivos entre uno y otro comportamiento.
Lloramos como señal de dolor –un caso extremo es cuando nos van a pinchar en el brazo, para ponernos una vacuna y ya nos duele, lloramos inclusive de antemano, sin que la aguja haya penetrado–, ante la pérdida de un ser querido, por la frustración debido a que el resultado de un proyecto no fue el esperado y por otros antivalores, como la mentira, el engaño, etc.
Manifestarse llorando para que el causante del dolor disfrute, no vale la pena. No merece que se regocije quien comete el error de ‘herir’ los sentimientos ajenos, considerándose a su vez como alguien infalible, que se las sabe todas. Pero a la larga ‘beberá de su propia sangre’. Realmente no amerita tal persona ni una letra más de esta nota.
Es cierto que nos podemos equivocar –quién no–, pero la posible fórmula de enmendar el motivo del error, partirá de una propia mirada al interior de nuestra alma, para pensar con frialdad, sin que los sentimientos florezcan nuevamente.
Es necesario poner en los platillos de una balanza: reír y llorar. Y quien podrá determinar hacia dónde se inclina su fiel, será uno mismo, lo cual no excluye la participación de verdaderos amigos, para los cuales la confianza es literalmente absoluta y, de ser posible, le añadiría con cierta experiencia a ese pequeño círculo seleccionado. Con ellos compartirás secretos, problemas y, posteriormente, entre vaivenes de reflexiones, eso sí, la decisión final será personal.
Y si por casualidad perteneces a ese grupo exclusivo de personas que tienden la mano a quien lo necesite de forma desinteresada, sin esperar algo a cambio, tú comportamiento será genuino. De no ser así, entonces no lo hagas.
Espero que en tu balanza suba el platillo de reír, no así el platillo contrario, de llorar. Y para que la sonrisa, en señal de felicidad (la cual viene en frascos pequeños), sea mucho más amplia y te sientas mucho mejor, aquí te proporciono una mano, la mía…

El autor es Licenciado en Ciencias Pedagógicas.

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