martes, julio 23, 2024
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Vendaval incontenible

Severo Cruz Selaez

El cambio, como vendaval incontenible, siempre ha sacudido las vetustas estructuras de un pasado calamitoso. Su propósito fue restituir la fe y el optimismo para generar un futuro mejor. Entre aquellas estuvieron insertas cosas, discursos y algunos personajes, que fueron descartados, porque habrían cumplido con su ciclo político. Ya no tendrían cabida en una época que se inclina por construir una Bolivia democrática, donde no solo haya elecciones, sino también alimentos, educación y medicamentos, al alcance de todo bolsillo. La decisión fue no volver atrás.
En consecuencia, quienes ayer aclamaron masivamente a un caudillo, lo destruyeron también hoy con la misma fuerza y energía. Asumieron tal actitud cantando, bailando y vitoreando otros nombres y otras opciones, que signifiquen mejores condiciones de vida, en democracia. Así se ha escrito otra página de cambio. La verdad es que imposiciones y despropósitos siempre han agobiado a la ciudadanía. Nadie, sea avispado u obtuso, es insustituible en política. Nadie puede atribuirse, de manera arbitraria, la representación del pueblo, sabiendo que éste tiene memoria, sabiduría y una perspectiva. En definitiva, no hay “salvadores” ni “iluminados”, que pudieran solucionar inmediatamente los grandes problemas nacionales. Como la crisis económica actual, resultado del despilfarro en tiempo de vacas gordas. “Por sus hechos los conoceréis”, señala la biblia (*).
Aquello siempre ha ocurrido en la historia política nacional, tanto en dictadura como en democracia. La plaza Murillo colmada de gente, recordemos, coreaba el nombre de un supuesto revolucionario y, al poco tiempo, esa misma gente aplaudía su caída. Quienes participaron, directa o indirectamente, en el “colgamiento” de un dignatario de Estado, transcurridos los años manejaron su apellido como símbolo de la revolución. Quienes vitoreaban con la V en alto, al gobernante de turno, acabaron glorificando a un uniformado. Quienes pedían las medidas de su cinturón a un presidente, celebraron su reclusión en la cárcel de máxima seguridad.
No es novedad que algún político haya dejado de ser mandamás por decisión de sus propios compinches. Medida que fue ratificada, inclusive, por una asamblea, que contó con la representación partidaria de todo el país. Ello es una muestra de las pugnas internas, provocadas por intereses sectarios. Resultado del desgaste de la figura y del discurso de quien fue despojado de sus atributos de supuesto líder. Resultado de la angurria por recuperar el “maravilloso instrumento del Poder”, para seguir medrando con los recursos del erario nacional. Para seguir envenenando a los incautos, con discursos de odio, racismo, discriminación y regionalismo, en desmedro de la unidad nacional, en tiempos de crisis económica, que tiende a profundizarse, día que pasa.
En suma: nadie es imprescindible en materia política. He ahí una verdad que quizá duele a ciertas personas que viven de esa actividad.

(*) Mt 7,16.

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