martes, julio 23, 2024
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Corrupción en democracia

Severo Cruz Selaez

En democracia se construye no solo odio político, sino también corrupción. Ésta que ha creado condiciones para que surjan los nuevos ricos. Situación que ha empañado la imagen boliviana, ante las naciones vecinas. Actitudes que deterioraron el sistema de libertades, restituido en octubre de 1982.
El pueblo tiene memoria extraordinaria, está informado sobre la galopante corrupción que ha sacudido, desde hace aproximadamente 18 años, las estructuras de la administración pública. En su retina están grabados los rostros de quienes incurrieron en tales hechos dolosos. Y conoce los montos que fueron desviados para fines particulares. Por lo tanto, conoce a quienes se hicieron millonarios, de la noche a la mañana, en los últimos años. Entre tanto el pueblo subsiste con austeridad monacal, con exiguos ingresos. Que no le permiten siquiera alimentarse debidamente. Nos estamos aproximando, poco a poco, a la realidad de países donde con autoritarismo se gobierna, utilizando el bozal, a fin de encubrir la miseria, la falta de alimentos y medicamentos.
Basta, para cerciorarse de hechos de corrupción, revisar las publicaciones de la prensa nacional. Y consultar los numerosos libros publicados al respecto, por diferentes autores, con una minuciosa labor de investigación. Obras que, en su momento, provocaron el debate público, entre ratificaciones y desmentidos. Pero que quedaron como valiosas contribuciones intelectuales, para pergeñar la historia de una época democrática, indigenista.
“¿Y qué han hecho en el Gobierno? Usufructuarlo durante largo tiempo con el pretexto de que no existen todavía condiciones para el ejercicio de la democracia, fortalecer el militarismo, aumentar los efectivos del ejército, los sueldos, los privilegios, y no es exagerarlo: la corrupción” (*), dijeron acerca de los gobernantes militares. ¿Y ahora, en democracia, la corrupción ha desaparecido? ¿O estamos peor que antes? Para lograr una respuesta puntual sobre este tema, bastará hacer una evaluación objetiva, sin apasionamiento político.
El pueblo espera una decisión política, determinante, que tienda a cambiar el curso de la historia, sin corrupción. Aquella que se proponga fortalecer los supremos intereses nacionales, por el bien común. Que devuelva la fe y esperanza, en tiempos adversos, para reconstruir Bolivia, sobre las bases de honestidad y transparencia. Y que la ciudadanía recupere confianza en el proceso democrático y respeto a quienes manejen la cosa pública con diafanidad. En democracia, se come, se educa y cura, no solo se vota. Tampoco se enriquece, a costa del erario fiscal.
En suma: el objetivo es mejorar la calidad de vida de los bolivianos, erradicando la corrupción que provoca la sangría de los recursos fiscales en democracia. La decisión, en definitiva, debería ser no volver al pasado.

(*) Gustavo Portocarrero V.: “La angustia de América Latina”. Talleres Offset, La Paz – Bolivia, 1967. Pág. 20.

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