miércoles, julio 3, 2024
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El peso del autoritarismo: desigualdad y miseria en América Latina

Miguel Ángel Amonzabel Gonzales

La historia de América Latina está marcada por el mesianismo político y el autoritarismo, fenómenos que han dejado un profundo impacto en la región. Comparativamente, el legado autoritario de la época colonial inglesa en Estados Unidos no ha tenido un efecto tan perjudicial como el legado de la colonización española en América Latina. La estructura jerárquica y centralizada de los antiguos imperios Azteca, Inca y Maya, probablemente contribuyó a moldear una mentalidad de sumisión y autoritarismo en las futuras naciones latinoamericanas, agravada por la colonización española, que dejó una huella profunda en las estructuras políticas y sociales de la región.

Fue larga la permanencia en el poder de líderes como Fidel Castro, que ejerció el poder en Cuba durante 49 años, Alfredo Stroessner gobernó Paraguay durante 35 años, Daniel Ortega acumula 28 años como presidente actual de Nicaragua, Augusto Pinochet gobernó Chile durante 16 años, Evo Morales estuvo casi 14 años al frente de Bolivia, y probablemente Hugo Chávez habría cumplido 25 años como presidente de Venezuela de no ser por la enfermedad que limitó su mandato a solo 14 años. Estos líderes, motivados por objetivos personales más que sociales o patrióticos, debilitaron la institucionalidad democrática y han generado una fragilidad institucional en sus respectivos países.

Es notoria la falta de una tradición de limitación del poder en América Latina, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, donde es común que los presidentes no busquen un tercer mandato después de haber sido presidente por dos periodos consecutivos. Ejemplos como los presidentes Clinton y Obama, quienes, a pesar de su popularidad, optaron por no postularse nuevamente, contrastan con la práctica latinoamericana. Por ejemplo, en México, el general Antonio López de Santa Anna se postuló más de 14 veces y fue presidente en ocho ocasiones, incluso después de haber sido derrocado varias veces. Esta diferencia refleja la ausencia de mecanismos institucionales efectivos para limitar el poder en América Latina.

Los líderes mesiánicos y autoritarios han empleado tácticas coercitivas y control absoluto sobre las instituciones democráticas para asegurar su permanencia en el poder. Manipularon la Constitución y debilitaron las instituciones democráticas, erosionando principios como la separación de poderes y el Estado de derecho. Además de manipular las instituciones, ejercieron un control férreo sobre la sociedad, utilizando la propaganda y la represión para silenciar cualquier disidencia. La censura de medios y la persecución a opositores fueron prácticas habituales, creando un clima de miedo y represión que les permitió mantenerse en el poder a cualquier costo.

En casos extremos, como los de Stroessner y Pinochet, recurrieron al uso desmedido de la violencia y el asesinato, justificando sus acciones bajo el pretexto de la soberanía estatal y la preservación del orden. En el caso de Pinochet en Chile, según cifras oficiales, 40.018 personas fueron víctimas de abusos contra los derechos humanos durante su régimen y 3.065 fueron asesinadas o desaparecidas. Sin embargo, aunque estos actos de represión son condenables y dejan una mancha imborrable en la historia del país, algunos argumentan que el éxito económico que surgió en Chile en años posteriores podría mitigar en parte la crítica generalizada hacia su gobierno.

Otro aspecto común entre estos líderes autoritarios es su flagrante hipocresía en cuanto a la riqueza y la distribución de recursos. A menudo, estos líderes critican públicamente a los ricos y prometen justicia social, pero en la práctica acumulan grandes fortunas a costa del Estado, perpetuando así la pobreza de la mayoría de la población. La corrupción se convierte en una característica distintiva de muchos regímenes mesiánicos y autoritarios, donde la riqueza y el poder se concentran en manos de unos pocos, mientras la mayoría de la población vive en condiciones de extrema pobreza. Por ejemplo, el presidente actual de Nicaragua, Daniel Ortega, y su familia poseen una fortuna estimada en 2.500 millones de dólares. La hija de Hugo Chávez acumula una fortuna de 4.197 millones de dólares, mientras que Fidel Castro dejó una herencia de 900 millones de dólares a su descendencia según Forbes. Por su parte, Stroessner dejó un legado de 5.000 millones de dólares, y Pinochet un patrimonio de 1.500 millones de dólares

Los resultados económicos y sociales de estos regímenes son desastrosos. En la Cuba de Castro, la gran mayoría de la población vive en condiciones de extrema pobreza, con un 88% de la población en esta situación y un salario promedio mensual de apenas 8 dólares. En Venezuela, el índice de pobreza alcanza el 94,5%, a pesar de un salario promedio mensual de 89,5 dólares. Nicaragua, por su parte, tiene un 50,7% de su población viviendo en la pobreza, con un salario promedio de 260 dólares mensuales.

En la Bolivia de Evo Morales, hubo mejoras en la reducción de la pobreza extrema, alcanzando un 39% de la población en esta situación, aunque este progreso es frágil y la pobreza podría aumentar. El salario promedio es de 342 dólares mensuales. Sin embargo, más del 85% de la población trabaja en la economía informal, lo que refleja la precariedad económica del país. El rápido aumento del gasto público, el endeudamiento sistemático hasta los límites, la reducción de las reservas internacionales, la paralización del sistema productivo nacional y las restricciones a la inversión extranjera han puesto a Bolivia en una vulnerabilidad sin precedentes en su historia.

En síntesis, ya sean de derecha o izquierda las dictaduras o cuasi dictaduras los resultados son similares, el dictador militar que llegó al poder por la fuerza o los cuasi dictadores elegidos en primera instancia por voto, ya sean de izquierda o derecha destruyen aún más el sistema democrático y la poca institucionalidad, ahonda la pobreza, incrementan la pobreza, destruyen el sistema productivo y la economía. En tal sentido, es preferible siempre una democracia con falencias de gestión que una dictadura que promete mejoras, pero que únicamente beneficia a un pequeño grupo selecto.

 

El autor es Investigador y analista socioeconómico.

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