domingo, julio 28, 2024
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Trajimos el tarco a La Paz

Rodolfo Becerra de la Roca

Cuando construí mi casa en la zona de Irpavi de la ciudad de La Paz, por la década de los años 1980, era mi deseo ferviente plantar en las aceras de las dos calles que la circundan, árboles de tarco que abundan en los valles del país y así lo manifestaba en las reuniones familiares en toda ocasión. Una de mis hermanas que viajaba continuamente a Cochabamba para dirigir la construcción de su casa, quien tenía igual estimación por el árbol, se contagió de mi entusiasmo y como demostración de su afecto, en uno de sus viajes me trajo unas seis pequeñas plantitas, como obsequio para mi nueva casa. El tarco de flores moradas generalmente, las hay también de flores blancas, rosadas y amarillas, abundan en los valles del Norte de Potosí, especialmente en el Parque Nacional Torotoro, de donde somos oriundos, siendo una especie que nos provoca evocaciones y profunda nostalgia. En el oriente y en el Brasil se la conoce con el nombre de jacarandá (nombre científico jacaranda mimosifolia).
Planté los arbolitos en las aceras de la casa y les dediqué con fruición toda mi atención. Los fines de semana, infaltablemente me ocupaba de ellos, les puse protección con maderas en su entorno y los regaba día por medio y vigilaba su crecimiento con cuidado religioso, como los seis arbolitos crecían y se desarrollaban sin contratiempo, los deshierbaba y proveía de tierra negra o abono, constituyéndose esas plantitas en mi devoción.
Así pasaron los años y me regocijaba con su crecimiento, esperando con ansias los años de su floración, que si mal no recuerdo llegó como al séptimo u octavo año. Para mí fue todo un acontecimiento la aparición de los ramilletes con capullos que reventaron en racimos hermosos y primero el arbolito de la esquina se nutrió de hermosas flores en que desaparecen las hojas parecidas a las de acacias.
Pero qué espectáculo exhibían mis arbolitos que llegaron a florecer uno tras otro. Pero el de la esquina resultó espectacular, tanto que provocaba la admiración de los transeúntes, que detenían sus vehículos para solazarse con la belleza de los arboles morados que desparramaban las flores en el piso, como un verdadero alfombrado.
Pasada la floración, los transeúntes recogían al pasar las semillas que caían, algunos portando palos con ganchos para llevarse las semillas y de este modo aparecieron nuevas plántulas en la zona de Irpavi y Calacoto. Cuando la Embajada del Brasil me invitó a una recepción en su sede, lleve a mi vez el obsequio de una planta de jacarandá que sorprendió a la diplomática, quien expresó su pesar porque esta especie, lamentablemente, estaba desapareciendo en su país, por el excesivo uso de la madera en ebanistería.
De esta forma, esta hermosa planta se está difundiendo en el sur de esta ciudad por una iniciativa personal. Es una demostración de que, con una educación de amor a los árboles, se puede contribuir al ornato público.

El autor es fundador del Parque Nacional Torotoro.

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