El desayuno escolar, una iniciativa del Gobierno destinada a combatir la desnutrición y mejorar la educación, ha cumplido un cuarto de siglo en Bolivia. Esta medida, inspirada por recomendaciones internacionales, buscaba y busca tres objetivos principales: reducir los niveles de desnutrición infantil, retener a los niños y adolescentes en centros educativos y mejorar el rendimiento académico. A primera vista, parece una estrategia prometedora para luchar contra la pobreza y mejorar el capital humano. Sin embargo, la realidad muestra una historia diferente, teñida de problemas de calidad, corrupción y resultados educativos mediocres.
En el análisis se deben establecer los siguientes interrogantes: ¿Ha habido mejoras en la asistencia, la retención y el rendimiento académico de los estudiantes que participan en el programa? ¿La calidad de los productos del desayuno es la más adecuada? ¿Ha mejorado el estado nutricional de los niños desde la implementación del desayuno escolar? ¿Hay transparencia en los procesos de licitación pública? ¿Los objetivos del desayuno escolar se han alcanzado?
Es cierto que iniciativas como el desayuno escolar y el bono Juancito Pinto, que otorga Bs 200 a los escolares en áreas urbanas y Bs 300 a los estudiantes en áreas rurales, han contribuido significativamente a la reducción de la deserción escolar en el país. La entrega de alimentos para el desayuno escolar también ha sido un factor clave en este logro.
En teoría, proporcionar un desayuno nutritivo a los niños en edad escolar debería mejorar su estado nutricional, aumentar su energía y concentración y, por ende, mejorar su rendimiento académico. No obstante, las quejas constantes sobre el valor nutricional de los alimentos entregados revelan una grave discrepancia entre la teoría y la práctica. Nutricionistas, médicos y padres de familia han señalado que los alimentos entregados suelen ser ultra procesados, ricos en carbohidratos, grasas y azúcares. Ejemplos abundan: barras cubiertas de chocolate, budines, y galletas que, aunque etiquetadas con ingredientes saludables como chía o amaranto, están mayormente compuestas de trigo refinado.
Este problema se agrava con reportes de alimentos descompuestos o caducados, lo cual pone en riesgo la salud de los niños. Las empresas responsables, aunque multadas ocasionalmente, siguen ganando contratos a través de licitaciones anuales, perpetuando un ciclo de ineficiencia y falta de responsabilidad. La corrupción es un tema omnipresente en este proceso, con denuncias de tráfico de influencias y direccionamiento de contrataciones que favorecen a empresas recién creadas o sin experiencia en el rubro alimenticio.
A pesar de estos problemas, hay estudios que muestran una reducción de la desnutrición en áreas rurales, donde el desayuno escolar se prepara localmente, con alimentos más frescos y nutritivos. Este contraste sugiere que la descentralización y la participación comunitaria podrían ser claves para mejorar la calidad del programa.
Sin embargo, la mala alimentación proporcionada en las ciudades ha contribuido a un problema creciente de sobrepeso y obesidad infantil. Aunque sería simplista atribuir este problema únicamente al desayuno escolar, es innegable que es parte de una dieta inadecuada que afecta a muchos niños y adolescentes. Además, la falta de una evaluación rigurosa y continua del impacto nutricional del programa impide una comprensión clara de sus verdaderos beneficios o perjuicios.
El rendimiento académico, otra métrica clave, tampoco ha mostrado mejoras significativas por brindar el desayuno escolar. Informes como el de Unicef indican que los niños de nuestro país tienen un rendimiento en lectura y matemáticas por debajo del promedio mundial y entre los peores de América Latina. Esto se ve reflejado también en las altas tasas de reprobación en las pruebas de ingreso a universidades públicas, especialmente entre estudiantes de colegios fiscales.
La corrupción, lamentablemente, no es una excepción sino una regla en este programa social. Las denuncias de favoritismo y sobornos en las licitaciones de alimentos son comunes en cada uno de las ciudades capitales y ciudades intermedias, haciendo de la provisión del desayuno escolar un lucrativo negocio para unos pocos a costa del bienestar de muchos.
Para que el desayuno escolar cumpla verdaderamente con sus objetivos, es esencial rediseñar el programa. Las adjudicaciones deberían ser transparentes y basadas en pujas abiertas y públicas, eliminando el tráfico de influencias. Además, es crucial implementar métricas rigurosas y continuas para evaluar el impacto nutricional y educativo del programa.
La idea detrás del desayuno escolar es noble y socialmente justa, pero su implementación actual está lejos de ser efectiva. Es hora de enfrentar los problemas de frente, corregir los errores y asegurar que esta iniciativa realmente beneficie a quienes más lo necesitan: nuestros niños. Solo así podremos transformar el desayuno escolar en una herramienta poderosa para combatir la desnutrición y mejorar la educación en nuestro país.
El autor es Investigador y analista socioeconómico.