miércoles, julio 3, 2024
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Crónica de una penuria anunciada

Mario Malpartida

Cuanto vaya a decirse es con entereza de ánimo. Es un reclamo, eso sí. Son indicios de penuria, la narrativa se justifica, la crónica agarra sustento. “Crónica de una muerte anunciada” es una novela de Gabriel García Márquez, que junto a “Cien años de soledad” es de las más leídas: se trata de la muerte de Santiago Nasar a manos de los gemelos Pedro y Pablo Vicario, por haber perjudicado a su hermana Ángela. Del mismo modo, en la vida hay muchos sucesos que a veces son anunciados sin conocimiento de sus víctimas; sucederán a cualquier hora, de cualquier día. De esos y de otros que hacen el devenir de los pueblos, las naciones, y sus destinos; ese presente y futuro que marca el porvenir propio y de los que vendrán, las crónicas están presentes a cada instante.
La crónica que ahora interesa comenzó antes de las penurias que agobian el presente; eran tiempos de holgura, cuando crecían los millones hasta niveles inéditos (hoy se dice que el gobierno presumido no aprovechó la abundancia), del gas y de las materias primas subieron sus precios; las páginas de la crónica color de rosa mostraban perspectivas de esperanza. Pero luego comenzaron a disminuir, como un inmenso bloque de hielo que empezó a derretirse con el calor del derroche y la lujuria del gasto, fue desapareciendo hasta llegar a poco, cada vez menos, cerca ya de ser nada. Los signos de la economía anuncian que la penuria avanza; la población siente y presiente que las vacas gordas se terminaron, es tiempo de las vacas flacas: crisis, pobreza, escasez…
Cualesquiera fueran las razones más ciertas que acarrearon la desventura: sea desidia, mala querencia o incapacidad, estamos gritando que no hagan olas para que no suba la inmundicia, el ambiente está oliendo mal. Los vaticinios son reiterados, ya no son propósitos malvados, están lejos los intentos de tumbar al gobierno, inviable, por otro lado, por su fuerza y su poder; son más bien sus mal andanzas que ocasionan el declive de su imagen, y no desperdicia ocasión para achacar.
No hay dólares para comprar, si no hay para medicamentos menos para importar motorizados, se supone que así debiera ser. Una obra pública en licitación lleva lastimosamente a una crónica de corrupción anunciada. Decirlo no es sedición. El ciudadano, rico, mediano o pobre, tampoco está libre de culpa, lo sabía y lo permitió, por su silencio o su abulia, porque como dice el refrán: «tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata».
También se incluyen los empresarios, cocidos a fuego lento que ahora muestran su rabia atrasada, vivieron de promesas, algunas avergonzantes, en casos concomitantes con el mismo poder, subyugados por las argucias de políticos sin vergüenza («Hombres de mala ley, decía en voz muy baja (…) que no son capaces de hacer nada que no sean desgracias».) *.
Tal parece que algunos ansían el fracaso para el gobierno, que desemboque en laberinto, y afecte su interés de ser reelegido. Todos saben de la crisis, menos el propio gobierno, no se da por aludido, porque al final nada pasa. (Nunca hubo una muerte tan anunciada (…) todos sabían que Santiago Nazar seria asesinado, él mismo lo sabía, pero no quiso creer) *.
El gobierno está asediado por las calificadoras de riesgo, apremiado por movimientos sociales que no son oficiales, pero igual son movimientos, llamando a todo esto intentos de «golpe blando» (sin descuidar que prefiere victimizarse como mejor opción, para mantener invariable lo que llama modelo de gestión). Sabe a conciencia cierta que la situación es difícil, los gambeteos terminan mal, fingen que todo está bien; la falta de los dólares no es todo, los combustibles, tampoco, si sumamos medicamentos, repuestos y alimentos, juntos hacen causa. La esperanza, es el motivo para reintentar el reclamo.

(*) “Crónica de una muerte anunciada”. Impreso en Colombia, edición 1981.

El autor es periodista.

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