jueves, diciembre 26, 2024

El desbajaruste

El Gobierno ha venido denunciando que está en marcha un “golpe blando” para acabar con su gestión y que tiene las pruebas suficientes para constatarlo. No sabemos si el presidente y su gabinete están confundiendo los términos y que en vez de “golpe blando”, lo que ven es el hundimiento paulatino e inevitable, no solo de su mala administración, sino, también, del sistema de derecho descalabrado. Así que ni “golpe blando” ni golpe duro, ni tonteras, porque lo que se siente es un desbarajuste general. Desbarajuste que se puede llevar por delante a esta ahora depravada democracia.
Ya lo hemos dicho en repetidas oportunidades, que escribir sobre la política nacional no causa ningún placer, que, por el contrario, amarga. Pero guardar silencio tampoco es posible ante la catástrofe que se ve venir. ¿Qué se puede hacer frente a un gobierno inepto que solo muestra propaganda? ¿Se puede gobernar solo derrochando publicidad? ¿Se puede convencer de que todo está bien, que no existe crisis, solo enviando a los ministros para que tranquilicen a la ciudadanía inventando historias en horarios centrales en los canales de televisión? ¿Hasta cuándo se le va a creer a un risueño y pancho presidente que parece disfrutar de sus propios embustes? La propaganda es útil cuando se trata de vender productos en el mercado o promover candidaturas, pero no puede reemplazar a gobiernos erráticos como el actual. Mentir, engañar, disimular, tiene corta vida. El pueblo se cabrea cuando se siente burlado, como sucedió en el 2019, cuando Evo Morales se quiso hacer el vivo con el fraude y tuvo que huir como un conejo.
No hay dólares y escasea el combustible; los caminos están bloqueados diariamente; los interculturales avasallan y destruyen propiedades privadas; la justicia, mal elegida por voto profano, apesta y rompe récords mundiales de iniquidad; las subvenciones carecen de respaldo y acaban con las reservas internacionales; los altos impuestos y la carga social desmotivan a los emprendedores; el Estado crea empresas deficitarias y no se detiene, empobreciendo al país; crece la informalidad y se produce la fuga de capitales y de compatriotas al extranjero para desarrollarse; el narcotráfico está en su auge y Bolivia ya figura en la lista negra de los narco-estados; la deuda pública está más allá de lo soportable y el gobierno desespera por más créditos; son anunciados hallazgos de gas sin confirmarlos ni informar siquiera sobre las reservas certificadas existentes; la esperanza salvadora del litio pasa a ser una ilusión lejana por su mal manejo; transportistas, médicos y gremiales, protestan hoy y otros sectores protestarán mañana. Eso y mucho más hace que se vea claramente que el “golpe blando” no es sino el hundimiento del mal gobierno masista; es una acumulación de errores y de latrocinio que viene desde el 2006.
A lo largo de casi toda la historia de Bolivia, por mucho menos de lo que vivimos hoy, sonaban las marchas guerreras y se oían las pezuñas herradas de los caballos en las calles empedradas, y los militares encumbraban en el sillón presidencial a civiles o a ellos mismos, aunque, lamentablemente, no siempre para hacerlo mejor. En estos tiempos en que el mundo latinoamericano intenta vivir abrazado de la democracia occidental –está forzado a hacerlo– y lo logra con algunas excepciones (Cuba, Venezuela, Nicaragua), hallamos a nuestro país transitando por una institucionalidad falsa, burlesca, pero a la que nos sometemos porque así creemos que nos observan mejor los del lado civilizado y los que tienen el dinero. Todo es mentira, pero ya estamos acostumbrados. No respetamos la Constitución, lo que denigra el ordenamiento que aceptamos a regañadientes. Mas lo grave es que no se trata de un leve irrespeto, sino de algo tan escandaloso y grave como es desconocer la división de poderes, el todo de la Carta Magna. Aun así, aceptamos este falso acatamiento al sistema de derecho, como si no nos diéramos cuenta de que estamos sumergidos en un gobierno de la plebe, ese estado gelatinoso que ha creado Evo Morales y que lo continúa el señor Arce solo moviendo algunos nombres.
En las elecciones del próximo año, nos jugamos el todo por el todo. Si vuelve a vencer el MAS, sea Morales, Arce o cualquier otro, los años de Bolivia estarán contados. Llegaremos, finalmente, a las cavernas, Es por eso que para reconstruir la nación se necesita de un firme candidato único –hombre o mujer– que sea producto de una gran mayoría popular y del desprendimiento de los jefes políticos. Este es el momento de ganarle al desprestigiado MAS y hay que prepararse para derrotarlo dividido como está o unido como puede suceder. Esta es la oportunidad porque la gente ya no quiere más ni a Evo Morales ni a Arce; no quiere al MAS porque ha defraudado profundamente. Ahora se pondrá a prueba la inteligencia y el patriotismo de los líderes de la verdadera oposición. No se trata de que todos los candidatos opositores se reúnan en sola candidatura; eso no va a suceder porque algunos aspirantes mediocres buscarán una o dos diputaciones para su beneficio. Se trata de que los más importantes lleguen a un pacto y se conforme un “frente de salvación patriótico” con la mira puesta en sobrepasar el 50% de la votación y noquear en la primera vuelta.

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