viernes, junio 28, 2024

Yacuruna

Ernesto Julián Bedregal Patiño

Agobiado por la rutina, un hombre de agua decide salir a la superficie, la profundidad del río Madre de Dios ya no satisface sus fantasías. Capaz de comunicarse con otras especies, buscó ampararse en el sabio consejo de Batesi; una boa de soberbia agudeza y armónico temperamento, la contraparte de la mayoría de los habitantes de la cuenca del Amazonas.
Seres de divina ascendencia y aspecto intimidante, propensos a la frustración por su naturaleza explosiva; víctimas de su corazón atormentado, las emociones que los gobiernan tienden a ser fluctuantes. Yacuruna, no era la excepción, sus músculos se tensaban, mientras sus ojos rotaban sobre su órbita, provocando la sensación de un temblor constante en su escamuda anatomía.
Con una apariencia nerviosa y unos dientes filosos que producían un crujir inquietante, se fue acercando a su fiel consejera, generando temor en las demás bestias. —La espirulina que oculta los pasadizos secretos de la ciudad sumergida, los palacios de cristal con sus paredes multicolores, hechas de escamas y perlas, ya no me producen asombro; tú que gozas de un entendimiento ancestral, ¿conoces otro lugar dónde pueda apaciguar mis ansias? —preguntó el monarca de los ríos y lagos amazónicos.
—Agradezco la confianza que me tiene, pero mis ojos son pequeños y vivo arrastrándome, el mundo que conozco es el mismo que tiene bajo sus pies, esa pregunta debería hacerla a seres dotados de alas; guacamayos, tucanes o águilas arpías, ellos son quienes pueden resolver sus dudas mediante su vista panorámica —respondió Batesi con un tono apaciguador, respetando su rol evasivo.
Las águilas despertaron el interés de Yacuruna, e inmediatamente fue en búsqueda de aquellas raudas criaturas; al toparse con una arpía, le sorprendió el denuedo de su vuelo, la energía que emanaba de su espíritu, le generaba satisfacción, hasta el punto de obsesionarse con la vehemencia de su imponente garbo.
—¡Criatura de señorial belleza!, ¡vengo hasta ti para solicitar tu ayuda, pues me dijeron que tu visión es amplia!, ¡por favor baja y comparte tus conocimientos conmigo! —exclamó asombrado, admirando las acrobacias que el ave ejecutaba hábilmente. El águila bajo del cielo y respondiendo a su llamado dijo: — usted me confunde, yo no soy dueña de semejante poder, ese es mi señor Kon, dios del viento.
Molesto por tan arduo peregrinar, y no obtener respuesta alguna, quiso arremeter contra el águila, descargando todo el malestar que acumuló durante siglos; el ave se desvaneció sin recibir daño, como si fuera una ilusión, y enseguida escuchó una voz autoritaria: — ¡Basta Yacuruna!, no hay razón para lastimar a un animal inocente, cuéntame sobre tu inquietud y yo te mostraré el camino del sosiego.
—Me encuentro angustiado, aburrido, cansado de vivir en donde vivo, deseo nuevas experiencias que me produzcan sensaciones ignotas; sueño con un lugar inexplorado, en el que pueda habitar, y amansar mi naturaleza salvaje —contestó afligido el semideo de agua dulce.
Aquellas palabras le generaron compasión al dios incaico, y con suma sinceridad le manifestó: — a quien buscas con denuedo, se llama Mar, una eufonía que serena la mente, en sus ojos cerúleos encontrarás la calma, en sus pliegues albos hallarás la dicha; si en verdad deseas llegar hasta donde habita su pureza, abandona tus conflictos y déjate llevar por la corriente de tus ríos.

El autor es Comunicador, poeta, artista.

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