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La espada en la palabra

¿Por qué peleamos por la libertad?

Ignacio Vera de Rada

Varias veces me cuestioné por qué se lucha por la libertad y la doctrina política que la defiende, el liberalismo (el buen y ancho liberalismo). La cuestión me da vueltas dado que la palabra libertad es sublime, pero si nos ponemos a filosofar sobre ella, no podemos no cuestionarnos si la libertad constituye un fin en sí mismo o un medio solamente: si una libertad plena daría al ser humano la siempre anhelada e inalcanzable felicidad. Una respuesta relativamente satisfactoria y provisional a esa pregunta —provisional, porque hay que procurar no contentarse con respuestas definitivas— la hallé en el siempre agudo Bertrand Russell, quien aseveró que es de la libertad, y no del sometimiento o la violencia, que nacen la creatividad artística, el pensamiento o el amor, dones tan valorados y disfrutados por el ser humano desde tiempos inmemoriales. Así, la libertad sería no un fin en sí mismo, sino solamente un medio sine qua non para crear arte, amar o pensar. (También para lucrar, tener propiedades y gozar de bienes materiales; pero estos son gozos relativamente efímeros y relativamente banales ya suficientemente tratados por anarcocapitalistas y afines, que no tengo intención de desbrozar en este artículo).

Y es cierto: a cualquier ser humano medio, es decir dotado de capacidades mentales normales y de un cierto gusto por lo bello y lo eterno, la vida se le hace un poco menos triste o más alegre cuando lee una buena novela, escucha una buena melodía, ama (o es amado) o piensa, acciones que serían difíciles de ejecutar en un medio de intolerancia o esclavitud. Sin embargo, aquí se me presenta otra cuestión: si las sociedades más libres y tolerantes, como en la actualidad son Suecia, Japón o Dinamarca, tienen menos problemas o contrariedades en su vida cotidiana, ¿cómo puede haber en ellas vetas artísticas o filosóficas que explotar para el solaz de los individuos, si el arte y la filosofía son más ricos ahí donde hay problemas que resolver? Como dijeron los escritores del boom latinoamericano, son las sociedades más turbulentas (entiéndase, menos libres) las más ricas para ser pensadas y narradas, pero, al mismo tiempo, las menos aptas para la difusión del pensamiento y el amor.

Estas preguntas obviamente no se las hacen ni los políticos ni las grandes masas electoras, que día a día están preocupadas por la economía y las políticas públicas que podrían ser ejecutadas; en otras palabras, por lo material. Pero también valdría la pena preguntarse sobre lo espiritual, que es más trascendente en el tiempo que un puente, una política económica o un hospital, los cuales, si bien facilitan la vida al hombre (aunque esto es relativo), no le dan un sosiego existencial. En este sentido, la libertad y el liberalismo cobran un nuevo cariz, como lo vimos en el inicio de este artículo. Filósofos como Aristóteles y Baruch Spinoza se cuestionaron cómo la política podía ser una herramienta para hacer reales aquellos deseos humanos que están más allá de las satisfacciones materiales, las cuales fueron puestas en el centro de la atención pública y privada con el paso del tiempo, sobre todo a partir de eventos políticos e intelectuales como la Revolución francesa, la Revolución industrial, el positivismo, el utilitarismo o, más recientemente, el consumismo y la revolución digital, todos de alguna forma conectados entre sí.

La libertad sería, entonces, no solo una condición necesaria para gozar de bienes materiales y crematísticos, sino también para gozar de aquellas acciones espirituales hoy algo menospreciadas por el alud material y consumista que golpea al mundo. Me temo que cuando los líderes políticos hablan de libertad a sus potenciales votantes, se refieren a otro tipo de libertades y no al camino que posibilita el deleite de amar, crear arte o pensar, que son goces supremos en apariencia inútiles, pues ¿de qué me sirve escuchar a Beethoven si en ese tiempo puedo pensar un lucrativo negocio para luego viajar o comprar un apartamento? o ¿de qué valen los vínculos de solidaridad o amor con otras naciones, si, incluso en un ambiente de libertades económicas, más rédito electoral se obtiene pregonando cierre de fronteras?

También la libertad y la democracia pueden ser relativizadas, pero en el tiempo que los sapiens tienen habitando el mundo, no existieron mejores maneras que aquellas de organizar las sociedades. La esclavitud puede tener varias formas y no necesariamente estar relacionada con la pobreza. Por ejemplo, un burgués bien acomodado, con facilidades para viajar y comprar bienes inmuebles, pero alienado y en una sociedad consumista, autoritaria o vigilada, como la china, no es realmente un ser libre. Es por ello que la lucha por la libertad debe permanecer, en todos los flancos; es, creo yo, la mejor manera de reducir un poco el sufrimiento humano.

 

Ignacio Vera de Rada es politólogo y comunicador social.

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