viernes, noviembre 22, 2024
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Y ahora… ¿qué hacemos?

Gary Antonio Rodríguez Álvarez

El Instituto Nacional de Estadística (INE) ha dado a conocer los resultados del comercio exterior boliviano al primer cuatrimestre del 2024, con cifras poco auspiciosas, por cierto. Sin considerar las reexportaciones ni efectos personales –que no generan divisas– entre enero y abril, comparativamente a igual lapso del 2023, el país registró un déficit comercial por 531 millones de dólares, las exportaciones cayeron 977 millones y las importaciones, 512 millones de dólares. Estos datos llaman a la preocupación, ya que en toda la gestión pasada –en números redondos– el déficit fue de 700 millones de dólares, las exportaciones cayeron 2.800 millones y las importaciones cerca de 400 millones.

Hay varias explicaciones al preocupante desempeño de esta área tan importante de la economía que, día que pasa, muestra lo trascendental que resulta para todos. La relativa escasez del dólar derivada de la estrepitosa caída de las exportaciones en 2023 impacta ya, de tal forma, que aún quienes desdeñaron la actividad como una “economía de rebalse”, lamentan hoy su craso error porque el dólar que deviene de la exportación –como toda mercancía que no abunda en el mercado– sigue subiendo de precio provocando el alza de los costos de producción y de los bienes extranjeros.

Le duela a quien le duela, el comercio exterior para cualquier país, capitalista o comunista, es mucho más importante de lo que se pueda imaginar; primero, porque las exportaciones hacen que un país crezca y se desarrolle mucho más de lo que lo haría basándose solamente en el “motorcito de la demanda interna”, siendo que genera un enorme efecto multiplicador para la economía, crea fuentes de empleo e ingresos para la ciudadanía, tributos para el Estado y divisas para el país, todo ello, gracias al incomparable “motor de la demanda externa”, vale decir, el portentoso mercado internacional que se agranda día a día por el mayor consumo de una población en permanente aumento.

La exportación crea riqueza y bienestar para quienes apuestan inteligentemente por ella, especialmente cuando se aprovecha de los recursos naturales renovables de forma sostenida y sosteniblemente.

De otra parte, está la importación, que se financia con los dólares de los exportadores para, como se da en nuestro caso, traer del extranjero desde combustibles hasta insumos, maquinaria y equipos de transporte que utilizamos para producir bienes y servicios; asimismo, las divisas que prodigan las exportaciones se emplean para importar los más diversos bienes de consumo, duradero o no, que de una u otra forma todos disfrutamos.

Hecha esta necesaria explicación –para comprender por qué debemos preocuparnos y tomar acción para revertir la delicada situación de nuestro comercio exterior– volviendo al informe del INE, hay varias razones por las que las ventas externas han bajado tanto, entre ellas: la ralentización del crecimiento de la economía mundial, las altas tasas de interés en el extranjero, el menor dinamismo de China, la subida del costo del transporte internacional y la baja generalizada de precios de las materias primas, a lo que lamentablemente se debe añadir, en lo interno: los insufribles bloqueos de carreteras, el negativo impacto del cambio climático, la caída de la oferta exportable y el agitado ambiente político que distrae la atención del gobierno de temas que son trascendentales.

En cuanto a las importaciones, su descenso tiene que ver, inocultablemente ya, con la relativa escasez de dólares en el país. ¿Por qué relativa escasez? Porque dólares hay, pero cada vez más caros. De otra parte, se dice que la baja en el sector importador deriva de la desaceleración económica que empieza a advertirse en el país; lo cierto es que las menores compras externas, tanto en valor y en volumen, son incontrastables: los Equipos de Transporte cayeron 144 millones; los Bienes de Capital, 110 millones, y los Suministros Industriales, 107 millones, lo que debe llamar a la reflexión para la acción.

Otro tanto ocurre con la exportación, como dice la canción, “todo se derrumbó”. Un efecto-precio negativo y el desplome de la venta de oro hizo que los minerales caigan 691 millones de dólares pese a que su volumen subió casi 122.000 toneladas; los hidrocarburos bajaron 165 millones, proporcionalmente a su menor cantidad. Las Exportaciones Tradicionales disminuyeron 856 millones de dólares, mientras que las Exportaciones No Tradicionales bajaron 121 millones, siendo la soya la principal explicación, al caer su valor casi el doble, por causa de una merma de su volumen por cerca de 300.000 toneladas.

Es verdad que en los próximos meses subirá la exportación y el ingreso de dólares, pero no menos cierto es que un sector principal de la agroexportación, como la soya, sufrirá un bajón de al menos 500 millones de dólares hasta fin de año, por la sequía. Viendo este panorama y recordando todas las advertencias y recomendaciones que se hizo en el pasado para evitar tal situación, la gran pregunta es: Y ahora… ¿qué hacemos?

 

El autor es Economista y Magíster en Comercio Internacional.

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