El estado de la economía agraria del país ha caído a un extremo de gravedad nunca antes conocido. Los agricultores han abandonado el campo y migrado a las ciudades y el exterior. La producción agropecuaria ha caído por debajo de la cuarta parte, en comparación con lo que sucedía veinte años atrás. En los últimos años, muchas ciudades han quedado sin alimentos, el consumo de la población urbana depende casi totalmente de las importaciones por parte del Estado y por el contrabando. La situación es poco menos que desesperante para los indígenas de la zona altiplánica y los valles, cuya situación ha llegado al punto de catástrofe. No hacemos referencia a la región oriental.
Por si fuera poco, además de la agricultura, la ganadería ha caído en un estado de colapso, con efecto negativo para la alimentación de los mismos campesinos y ni qué decir de las poblaciones urbanas, por el derrumbe de la ganadería altiplánica y de los valles. Las regiones del occidente solo producen en mínima cantidad carnes de diverso tipo, que antes abastecían los mercados de las ciudades y alimentaban a millones de personas, a los propios campesinos y a gente de las minas. Ahora es poca la oferta de carne de cordero, llama y aves silvestres. Asimismo, la producción de lana para uso industrial ya no existe y la industria nacional debe importarla. También ha caído la producción de carne de pescado.
El colapso de la economía agraria del país contrasta con la prosperidad que se observaba durante la vida republicana, cuando la población se autoabastecía y los mercados estaban llenos con productos nativos, para una buena alimentación de obreros, gente de clase media y otros. Casi no había contrabando. Más bien la producción agropecuaria de valles y altiplano era llevada a otros lugares. Desde tiempos de la conquista incaica al Kollasuyo, Cochabamba era conocida como “el granero del Perú”. El imperio incaico creció gracias a la inmensa ganadería de la altiplanicie. Gracias a su agricultura, Bolivia se convirtió en una potencia económica y militar durante los primeros cincuenta años de la Nación. Ese estado de cosas ahora ha desparecido y solo comemos alimentos de Argentina, Perú, Chile y otros países.
Pero no es suficiente perfilar ese diagnóstico. Es necesario señalar sus cusas y entre ellas, principalmente, está la política agraria del gobierno del Estado Plurinacional y su Constitución Política que, en gran medida, son culpables de esta catástrofe alimentaria que vivimos y del ambiente político turbulento que percibimos todos los días.
Catastrófica situación de ganadería altiplánica
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