Millones de ciudadanos afirman que este país se encuentra mal de salud, tiene anemia de dólares, asfixiado por las deudas está respirando apenas, afectado por tantas dolencias, se dice que está cerca de entrar en terapia avanzada, tiene severas complicaciones, remotas y recientes que sumaron a través de los años.
De tal forma lo tratan, que vive convaleciendo; perdió territorio: mutilaron su salida mar, saquearon sus bosques, sus tierras y sus entrañas. No son pocos los mandatarios bellacos que mellaron su dignidad, malbarataron su riqueza pródiga.
La situación actual, trae el recuerdo de cuanto pasó con su salud económica en el inicio de los años ochenta del siglo pasado; los que aún viven sienten terror a que se repita ese ataque que ocasionó penurias y privaciones, hasta que alguien dijo: “Bolivia se nos muere”, y aplicó medidas drásticas que acentuaron la carencia y aumentaron la miseria. No desean volver a esa experiencia; la ansiedad se apodera de ellos, así como de aquellos a quienes les han contado.
Por eso, piden al Gobierno que asegure que esos días no volverán, que haga lo necesario siguiendo la máxima de “Nada es imposible”, lo que de otra manera debe entenderse que todo es posible, cuando se trata de hacer bien las cosas, y salve a los bolivianos de esos días aciagos.
Si, por el contrario, eso que siente la población fuera resultado de simple y equívoca presunción (más bien provocada por la mal sana oposición), al gobierno le corresponde jugar a la verdad, y no como hasta ahora, dice que todo está bien, y luego poco a poco, aclara que algunos males son reales. Y ahí se queda, no dice cómo los resolverá, porque de eso se trata, no solo reconocer, sino aplicar las medidas que devuelvan la estabilidad y aumenten el desarrollo.
Que no mantenga en secreto las medidas, si ya las tiene; y avise desde cuándo y cómo serán aplicadas (así no sea el culpable), que evite la inseguridad y consiguiente miedo, porque nada de bueno tiene todo eso, salvo que el poder se regocije con esa angustia, y quiera ser protagonista en el papel de salvador en último trance, y esperar reconocimiento postrero.
Pudiera ser también que la enfermad llegó tan lejos que el remedio ya no tenga efecto, que finalmente el país entrará en duelo. Que no habrá más remedio; por culpa de… Poco a poco, por goteo, como suero al enfermo, son conocidas las medidas a las que recurre sin explicación, y si alguna medida es develada, deja dudas sobre su origen, y debida motivación.
A tal punto que hoy no se sabe qué sucederá mañana; para cuándo y cuánto del litio, el hierro, la urea y, por supuesto, los dólares. El Poder Ejecutivo vive pendiente esperando que opinadores y voces políticas cometan errores, para aclarar airadamente, y en casos donde la crítica tiene razón, queda callado, o aprovecha para desmentir, las más de las veces mintiendo. El Gobierno reitera con vehemencia que las subvenciones se mantendrán, lo mismo que el tipo de cambio; reitera en toda ocasión que no hay crisis, todo gracias al modelo Económico Social… Por capricho o por necesidad justificada continuará con la implementación de empresas, así será.
Hasta ahora persiste en desoír cambios y correctivos planteados, nada de lo reclamado ha hecho. «Por los frutos los conoceréis», eso se verá cuando llegue el momento del recuento de los hechos, quizá no exista campana que salve, todo estará consumado, en un final por ahora incierto; ricos, medianos y pobres no pierden la esperanza, anhelan que sea risueño y promisorio.
¿Cómo se llegará a octubre del próximo año? Al parecer ni el mismo gobierno lo sabe, por eso no puede decir. Y si acaso lo sabe –no sería extraño, es su deber–, necesario es que comunique, sin reticencias, sin extravíos verbales, ni contradicciones, por respeto a sus mandantes; que deje su orgullo y capricho, mejor le irá si acepta negociar con la voluntad del pueblo. Eso será democracia.
El autor es periodista.