“Los caminos de la vida/no son como yo esperaba”; así comienza la canción estrenada en 1993; ilusión acaso frustrada, porque encuentran en sus caminos de vida sorpresas no deseables, tan extrañas que a veces más parecen sueños, y el mundo como un teatro, donde todo cuanto sucede es pasajero, ilusorio y ficticio (ilusión, sombra, ficción); participar como testigo anónimo, y mirar con impotencia a miles de personas que mueren por frío y no tienen para comer; los abusos a los niños, la pederastía y el aborto; el destino de la tierra, la ecología y sequía, el desbosque, la quema y el CO2.
“Los caminos de la vida/ son muy difícil de andarlos”. Entre la destrucción y la muerte se negocia la compraventa de armas: tiene que seguir la guerra, pero hablaremos de Paz; de los que Israel sigue matando en Palestina y los que mató Hamás en Israel. Los muertos en Ucrania, y los que mueren en Rusia.
Enfrentar con valor todo cuanto sucede en la propia casa, el entorno como realidad cercana, donde a veces los caminos son de ternura y amor: de los niños que son hijos y los de sus hijos: los nietos; del mundo complicado en ciernes, y la herencia que se deja, el cariño que le tienen los hijos, del amor que se tiene por ellos y, a veces, del olvido y el abandono.
«Los caminos de la vida/ no son como los que imaginaba»; preocupación al ver que los lagos y ríos se secan, el deshielo de los polos aumenta, el silencio y los lamentos, la irresponsabilidad del hombre.
El narcotráfico en América, el consumo en Estados Unidos y Europa: heroína, cocaína, marihuana. Los gobiernos como dueños de vidas y haciendas: tiranía, autocracia, imperialismo, socialismo y fascismo; la persecución, los exiliados, los presos y los muertos en las prisiones.
“Los caminos de la vida/ no son como yo creía”; los inventos que facilitan la vida y otros que acaban con ella. Los placeres de ser felices con poco, y las amarguras de no lograrlo teniendo mucho. De cómo se quiere ignorar la propia ignorancia, (o hacerse el del otro viernes), así, no es necesario el saber, puede ser mandatario, ministro, o parlamentario.
«No son como yo esperaba/ y no tengo salida», dice la canción que popularizó el cantante argentino Vicentico; está dicho de tal manera que derriba el optimismo, provoca inseguridad; y mirando en el propio escenario hay mucho que viene de atrás: parece no tener salida: las farmacias y el precio de los medicamentos, la tarifa de las clínicas, las consultas a los «especialistas»: sus largas y polivalentes recetas, los análisis y radiografías, las facturas sin miramientos (dejarlos pobres no les importa); por otro lado, las filas de las madrugadas para conseguir la ficha de una consulta fugaz, cirugías diferidas por meses en la CNS; las quejas llegan al colmo, pero al final nada cambia.
La juventud que deambula en busca de oportunidad, su crisis de expectativas: objetivos y metas; no encuentra trabajo. El porqué de otras cosas: la elección de magistrados sigue envuelta en patrañas, el padrón electoral donde reina el silencio; la ruptura en el partido Creemos: doctrina gestión o «pegas».
En los caminos de la vida se encuentra también comedia: la política, los políticos, los «politicastros», el cinismo y la posverdad, seguramente volveremos a votar por ellos; cómo se organizan para llegar al poder: el gobierno de las muchedumbres (oclocracia), gobierno de los ricos (timocracia) de los malvados e inútiles (cacocracia), de los ladrones (cleptocracia), –tantas «cracias» que ya provocan gracia– como la democracia.
Los caminos de la vida son transitados dejando huella, como las que dejan escultores, compositores, pintores, escritores de prosas y versos; la literatura universal (la gente lee libros cada vez menos). La infidelidad «in crescendo», el divorcio que aumenta, el drama de los hijos que sufren por la separación de los padres.
Los caminos de la vida ojalá fueran como usted quisiera; a pesar de todo son vida…
El autor es periodista.