La crisis económica en Bolivia, profundizada en los últimos meses, no solo refleja una serie de problemas estructurales preexistentes, sino que también se ve intensificada por la irresponsabilidad gubernamental y la proliferación de desinformación. En este contexto, la actuación errática del gobierno, combinada con la influencia negativa de políticos, analistas y figuras públicas en redes sociales, está exacerbando una situación ya crítica.
El presidente Luis Arce enfrenta un desafío monumental. A pesar de la clara evidencia macroeconómica que señala el fracaso del Modelo Económico Social Comunitario y Productivo, el gobierno se muestra reacio a reconocer las deficiencias de su estrategia, porque no hay ajustes o cambios a pesar de los anuncios presidenciales. Este modelo prometía un desarrollo económico sólido, pero ha resultado en un persistente déficit público, una balanza comercial negativa y escasez crítica de bienes esenciales como diésel y dólares. La falta de voluntad para admitir y corregir estos errores ha profundizado la desilusión entre la ciudadanía.
Un análisis reciente de la Fundación Milenio revela que el déficit fiscal ha alcanzado niveles alarmantes, y la balanza comercial negativa se ha intensificado con la caída de las exportaciones de gas, una de las principales fuentes de ingresos del país. Estos datos subrayan la necesidad urgente de revisar el modelo económico y explorar alternativas más sostenibles. Sin embargo, el gobierno parece aferrarse a una narrativa que minimiza la gravedad de la situación.
En este contexto, el concepto de verdad se torna crucial. Richard Burton describió la verdad como “el espejo destrozado en millones de piezas”, una metáfora que ilustra cómo cada persona percibe su propio fragmento de la realidad. Esta visión es especialmente relevante en la crisis económica actual en Bolivia, donde las verdades económicas se distorsionan por interpretaciones subjetivas y desinformación. Voltaire afirmaba que “hay verdades que no son ni para todos los hombres ni para todas las épocas”. En la crisis boliviana, esta relatividad se refleja en cómo distintos sectores interpretan y presentan la realidad económica, contribuyendo a una confusión generalizada sobre la naturaleza de la crisis.
La irracionalidad humana, documentada por Daniel Kahneman y Amos Tversky, juega un rol significativo en esta crisis. Aunque la teoría económica tradicional supone decisiones racionales, en la práctica las personas a menudo actúan basándose en miedos y creencias infundadas. Jean Tirole, Nobel de Economía en 2014, señaló que “con frecuencia, creemos lo que queremos creer y no lo que la evidencia nos llevaría a creer”. Este sesgo cognitivo distorsiona la comprensión de la crisis y perpetúa el pánico y la desesperanza entre la población.
La percepción pública de la crisis en Bolivia se ve agravada por la falta de información clara y la incapacidad del gobierno para comunicar sus políticas de manera efectiva. Este vacío informativo alimenta un ciclo de desinformación y desconfianza que afecta la toma de decisiones económicas a nivel individual y empresarial.
Algunos analistas económicos y políticos tienen un interés legítimo en participar en las elecciones nacionales. Sin embargo, deben ser transparentes acerca de sus inclinaciones ideológicas y su deseo de alcanzar el poder, para que la población entienda que sus opiniones podrían no ser completamente objetivas. Por otro lado, los legisladores actuales y la oposición no presentan propuestas económicas serias, sino ideas superficiales que buscan generar pánico y desgastar la posibilidad de reelección de Arce. Hasta ahora, no han presentado un plan claro; algunos proponen ideas vagas y la mayoría se limita a repetir «crisis» en los medios de comunicación y redes sociales para ganar notoriedad y popularidad.
Las redes sociales desempeñan un papel crucial en esta dinámica. Plataformas como TikTok y Facebook se han convertido en focos de desinformación, donde creadores de contenido sin formación adecuada difunden análisis económicos simplistas o erróneos. Esta sobrecarga de información exagerada y frecuentemente falsa amplifica la confusión y perpetúa la creación de realidades alternas.
Un estudio reciente de la Universidad de Harvard sobre la difusión de noticias económicas en redes sociales encontró que el 70% de los contenidos compartidos sobre economía contenían información errónea o distorsionada. Esta tendencia no solo agrava la crisis, sino que también contribuye a la creación de burbujas de desinformación que refuerzan percepciones sesgadas y limitan la capacidad de la ciudadanía para tomar decisiones informadas.
La desinformación, alimentada por la saturación de redes sociales, ha generado una percepción negativa del futuro económico en Bolivia. La falta de soluciones efectivas por parte del gobierno y la proliferación de noticias falsas han creado un clima de incertidumbre y desconfianza, reduciendo el consumo y la inversión, y contribuyendo a un ciclo de desesperanza.
Para superar esta etapa difícil, es crucial que el gobierno, los medios de comunicación y la ciudadanía asuman responsabilidades compartidas. El gobierno debe adoptar un enfoque más transparente y basado en datos, mientras que los medios deben esforzarse por ofrecer una cobertura objetiva y menos sensacionalista. Los ciudadanos, por su parte, necesitan desarrollar un pensamiento crítico y buscar fuentes de información confiables. La crisis económica en Bolivia, exacerbada por la irresponsabilidad gubernamental y la desinformación, requiere un esfuerzo conjunto de todos los actores involucrados. Solo a través de una mayor responsabilidad, transparencia y educación crítica será posible sanar las heridas económicas y reconstruir la confianza en las instituciones. La verdad económica debe basarse en datos y evidencias claras para lograr una resolución efectiva y sostenible de la crisis.
El autor es Investigador y analista socioeconómico.