Fueron comparadas en un estudio soluciones desarrolladas en Sao Paulo y en Melbourne, en Australia. Y cobró relieve el gran potencial de expansión existente en la capital paulista.
Aquella que hace décadas hubiera sido considerada como una propuesta utópica, ha pasado ahora a ser reconocida como una necesidad urgente: la ocupación de los espacios urbanos con huertas y árboles frutales para expandir la cobertura vegetal de las ciudades y el aporte de alimentos sanos destinados a su población.
“Hoy en día existe una conciencia acerca de la necesidad de fortalecer la agricultura local y la seguridad alimentaria ante la incertidumbre que genera la crisis climática global”, dice el ingeniero ambiental Luís Fernando Amato-Lourenço, doctor en ciencias por la Facultad de Medicina de la Universidad de Sao Paulo (FM-USP), en Brasil, con posdoctorado realizado en el Instituto de Estudios Avanzados de la misma universidad (IEA-USP) y en la Freie Universität, de Berlín, Alemania.
Amato-Lourenço es el primer autor del artículo intitulado “Building knowledge in urban agriculture: the challenges of local food production in Sao Paulo and Melbourne”, publicado en el periódico científico Environment, Development and Sustainability.
El referido estudio contó con el apoyo de la FAPESP mediante una beca otorgada a Amato-Lourenço, y una Ayuda de Investigación en el ámbito del Programa Sao Paulo Researchers in International Collaboration (SPRINT), coordinado por Thais Mauad, exdirectora de tesis de Amato-Lourenço y también autora del artículo.
“Comparamos la agricultura urbana desarrollada en dos situaciones muy distintas, en la ciudad de Sao Paulo y en la ciudad de Melbourne, en Australia. En Melbourne, la agricultura urbana está articulada con estrategias de salud pública, como la promoción de ejercicios físicos y otras actividades destinadas al control del sobrepeso y al combate contra la obesidad. En Sao Paulo, existen predominantemente dos modos: uno de índole socioeducativa, basado en el trabajo voluntario y en principios agroecológicos, como el desarrollado en el Parque das Corujas, en el barrio de Vila Madalena, y otro orientado hacia la generación de ingresos, fundamentalmente en áreas periféricas de las zonas sur y este de la ciudad”, dice Amato-Lourenço.
El investigador informa que en Melbourne la actividad agrícola urbana, que puede ser colectiva, realizada en espacios comunes, o particular, en propiedades privadas, está regulada por políticas públicas que definen las áreas destinadas a la instalación de las huertas y efectúan el testeo del suelo. En los espacios comunes, los beneficiarios de las huertas pagan una tarifa mensual. Es un modelo que aún no existe en Sao Paulo.
“Una fuerte característica de la agricultura urbana en Sao Paulo reside en que las iniciativas aparecen y desaparecen muy rápidamente. Como se basan en el trabajo voluntario, resulta más fácil ponerlas en marcha que imprimirles continuidad. Las excepciones se concretan cuando existe una persona muy esmerada en el liderazgo. Este es el caso de la nutricionista, consultora gastronómica e influyente Neide Rigo, que mantiene el blog Come-se y se encarga de una huerta muy exitosa en City Lapa [un barrio de Sao Paulo]. Uno de sus aportes consiste en la puesta en valor de las denominadas ‘Plantas Alimenticias no Convencionales’ (PANC), que exhiben una gran resiliencia ante las inclemencias del tiempo y constituyen importantes opciones nutricionales en tiempos de cambios climáticos”, ejemplifica Amato-Lourenço.
Por cierto, el investigador remarca que la creatividad constituye una diferencia que cuenta puntos a favor de Sao Paulo. Si bien en Melbourne las cosas están más organizadas, en Sao Paulo las soluciones innovadoras predominan. “Los investigadores australianos se mostraron sumamente interesados en conocer las iniciativas de agricultura orgánica desarrolladas acá”, comenta.
Existe una creciente disposición de parte de la población para la expansión de la agricultura urbana. Si bien las iniciativas voluntarias son más difíciles de cuantificar, las cifras de los emprendimientos orientados hacia la generación de ingresos son mejor conocidas. “Sabemos que en el período 2017-2018, el municipio de Sao Paulo poseía 323 unidades de producción agropecuaria, en su mayor parte con propiedades de menos de 10 hectáreas y con cultivos temporales, totalizando un área de alrededor de 4.388 hectáreas. Entre propietarios, familiares y personal contratado fijo, 802 personas participaban directamente en la producción”, afirma Amato-Lourenço.
Según el investigador, en la zona sur, donde la producción es más significativa, la agricultura es típicamente familiar. “En esa área, el 64 % de la población ocupada en la actividad está constituido por propietarios y un 78 % vive en las propiedades. En total, el 65 % de las propiedades cuenta con mano de obra exclusivamente familiar. Y allí se produce una gran diversidad de artículos, entre hortalizas, verduras, raíces, hiervas y frutas”, contabiliza.
Un subtema cada vez más comentado es el de las huertas verticales, establecidas en las azoteas o incluso en distintos pisos de los edificios. Esta solución, en la cual Barcelona despunta en primer lugar en el mundo, también ha sido implementada en Berlín y en Sao Paulo. Por ejemplo, una huerta cultivada en la terraza del Shopping Eldorado les suministra hortalizas, verduras y hierbas libres de defensivos agrícolas al personal y a sus familias.
“Sao Paulo posee un enorme potencial para la implementación de huertas en las azoteas de los edificios. Aparte de permitir la producción de alimentos muy cerca de los consumidores finales y de constituir espacios de socialización y educación ambiental, estas áreas verdes elevadas constituyen también una alternativa para la mitigación de las islas de calor. Urge implementar políticas públicas duraderas que contribuyan en tal sentido”, pondera Amato-Lourenço.
Al tener en cuenta la agricultura urbana en general, la profesora Thais Mauad comenta: “Frente al escenario de los cambios climáticos, la producción de alimentos en la ciudad aporta diversos beneficios. La expansión de la cobertura vegetal, la permeabilidad del suelo, el aumento de la humedad del aire, la promoción de la biodiversidad, el enriquecimiento del suelo con materia orgánica y compostaje, sumados a los métodos agroecológicos, constituyen con seguridad elementos mitigadores de carácter local de los cambios climáticos. Asimismo, la producción de alimentos a cortas distancias también aporta ventajas concernientes a la menor emisión de CO2 del transporte vehicular. Y en situaciones extremas de inundaciones, incendios y otras, que pueden interrumpir el flujo de alimentos hacia la ciudad, las huertas urbanas se erigen como alternativas con miras a garantizar la seguridad alimentaria” … (Agencia FAPESP).