Tributo a Bolivia, en defensa del folklore boliviano.
-Ares surgió con el furor de su acero, tras la codicia, salitre del hervidero. El océano liberó su estirpe infante, ofrendando un don imperecedero— se manifiesta como un discurso interno, cada vez que recuerdo nuestro Litoral confinado. Su sangre derramada, me heredó la obligación moral de siempre defender lo que es nuestro, más allá de perseguir la justicia, lo hago por honrar la memoria de grandes hombres.
Bolivia sobrevivió al asedio constante, desde su independencia muchos ambicionan su riqueza, anhelan apropiarse su cultura, y es que aquellas danzas con ritmos originales, colmados de solemnidad, despiertan la envidia de los colindantes. Las notas que produce el charango, no es música andina, es música boliviana, en su caja de resonancia palpita un corazón potosino, y en su mango, como si fuera un mástil ondea la Tricolor.
—No es usual encontrarte en la ciudad, rodeado de mortales— me musita la ñusta del numen, mientras se pasea por un cerebro neurodivergente, contemplando las chispas que liberan dopamina, en un terreno grisáceo con surcos de cobalto. ¡Todo un espectáculo!, al igual que la danza del Tinku, digna ceremonia ofrendada a la Madre Tierra, o los imponentes saltos de los Tobas, con sus chamanes vinculados al cosmos.
La destreza en los pasos de los danzarines, me genera un híper foco que me transporta, a un estado de conexión con mi tierra, así es como me inspiro; la belleza en las figuras de la Morenada, son parte esencial de mis letras, la elegancia de los Caporales, incentivan mi arduo peregrinar por el que culmino orgulloso, la majestuosidad de la Diablada, es responsable de mi obsesión por el infierno y sus andenes.
—Escoltas de la Virgen y su devoción, danzan quienes rigen en el Socavón. ¡Oruro es el origen de su bendición! Cantan quienes dirigen las huestes del son. De madrugada, hasta que la luna se muestre endiablada —fueron los versos que traje conmigo–, después de coincidir con las virtudes; entre el efecto de la cerveza, y el frenesí de la banda, a menudo acabo escribiendo poemas sobre su piel.
—Quise ser una buena persona, adornar sus mañanas con la dulce melodía de una zampoña— pero frecuentemente olvido su carencia afectiva, obnubilado por su beldad y su manera exquisita de bailar. Una diablesa que solamente ama, cuando la ciudad celebra, cuando las calles veneran su talento, cuando el Carnaval despierta su artificio, y eso es lo único que compartimos.
Muchas veces me invade la melancolía, a fin de no caer en la profundidad de su maleficio, acudo a los compases de la Cueca, a la armonía del Taquirari, con el propósito de llamar a los espíritus del agua, para que me guíen hacia la dirección correcta, donde nace la inspiración genuina del boliviano, hasta escuchar esas voces divinas que rugen con fe: ¡Fuerza diablo!
El autor es Comunicador, poeta y artista.