En las propias redes es común que se diga que tiempos pasados fueron mejores, cuando los niños nos “enredábamos” en la hora de jugar en el barrio. Las relaciones eran mucho más saludables, sin conocer en ese tiempo, al menos en el campo de la educación, las competencias blandas, habilidades socioemocionales, como empatía, comunicación asertiva y efectiva, etc.
Para los varones bastaba con una pelota de trapo (compuesta de calcetines viejos enrollados), jugando a las 4 esquinas; qué decir de la rayuela (1), y otros. En fin, era una vida más sana.
En la escuela, bajo el brazo o en la mochila se cargaba los cuadernos, libros, y no podían faltar los lápices de grafito, de colores, el borrador o goma de borrar, el cartabón, la regla, etc. Qué decir de asistir a la biblioteca para buscar información y solucionar las tareas –por supuesto, todo presencial–, donde el trabajo se hacía ¡EN EQUIPO!
Pasaron los años y llegó la tecnología, como parte de la revolución industrial (1969), de la mano de la informática, y comenzaron a ser programadas las máquinas, lo que desembocó una progresiva automatización. En el propio Siglo XX, surgieron específicamente computadoras u ordenadores, celulares y tabletas (2).
Posteriormente llegamos al actual siglo –del que solo han transcurrido 23 años–, arribamos a la llamada Industria 4.0, o Cuarta Revolución Industrial (3), surgiendo las fábricas inteligentes y la gestión online de la producción, que a su vez se integran con las organizaciones y las personas. Son cambios dirigidos, como mencionábamos, primeramente, a la industria y posteriormente a la educación.
Revoluciones que suelen generar mayor productividad en todos los ámbitos (salud, educación, industria alimentaria, transporte, etc.), una vida mucho más dinámica, rápida, en gestiones, en resultados (aunque no para todos, por las brechas sociales, económicas), pero que también genera desempleo, pues máquinas suplantan a los seres humanos.
Pero es una realidad, la cual nos absorbe a todos y todo; como preámbulo, ¿qué hubiese ocurrido sin la informática en el período pandémico del COVID-19, cuando prácticamente el planeta Tierra, “dejó de girar sobre su eje”. Y en particular en el campo de la educación, porque la tarea de docentes, estudiantes, padres de familia resultó titánica.
Luego, ¿pelearnos con la informática?, es IMPOSIBLE. La historia recoge que el impacto en las personas con la primera revolución industrial, aparte de generar desempleo, provocó disminución del trabajo artesanal, uso de mano de obra infantil, migraciones del sector rural a la ciudad, y por lo visto tres revoluciones industriales después, continúan. Pero no es todo, la tecnología nos ha traído aislamiento en niños y jóvenes, falta de comunicación, entiéndase individualidad y un sinnúmero de problemas sociales que prácticamente estamos descubriendo.
¿Qué hacer?, los docentes deberán ser preparados en el campo de la informática, manejar las diferentes aplicaciones, deberán ser establecidas normas en cuanto al uso de los medios tecnológicos y lo más importante –siendo la parte débil de la tecnología– es brindar amor, respeto, comprensión, afecto, escuchar y ser escuchado… ¡Ahí estará la solución!
Nota: esta solución no es nueva, por cierto, mis padres, profesores, me educaron con ella y no sabían mucho de las revoluciones industriales, entonces… manos a la obra.
NOTAS
(1) En América Latina, solo por poner algunos ejemplos, se llama Pisé, La Semana o Avioncito en Venezuela, en Cuba se llama El Pon o Peregrina en Puerto Rico.
(2) Éstas últimas salen al mercado en el año 2001, cuyo prototipo fue desarrollado por la empresa finlandesa Nokia. La Nokia 510 webtablet, de dos kilos y medio de peso y una pantalla táctil de diez pulgadas.
(3) La primera revolución industrial (cuando se construyó la máquina de vapor patentada por James Watt en 1769), significó el paso de una economía agrícola a una economía industrial. En resumen, supuso el mayor conjunto de transformaciones económicas, tecnológicas y sociales vividas hasta ese momento. El concepto de Cuarta Revolución Industrial lo acuña en 2016 Klaus Schwab, el fundador del Foro Económico Mundial.
El autor es Licenciado en Ciencias Pedagógicas.