A pesar de que la humanidad sabe que cualquier guerra en el planeta deja saldos de dolor y lágrimas, por los muertos y heridos, sean militares o civiles, su presencia no desaparece y hoy, en el Siglo XXI, sin que sean recordadas experiencias desastrosas, como las de dos devastadoras guerras mundiales, surgen conflictos bélicos entre países, que son motivo de preocupación de millones de seres humanos que desean vivir en paz. En ese sentido, ahora continúan los combates por la invasión de Rusia a Ucrania, y por la reacción armada de Israel contra Palestina, después de que el grupo terrorista Hamás incursionara en territorio israelí de manera cruenta.
Sin embargo, en toda guerra no solo se enfrentan fuerzas armadas, sino que son afectadas poblaciones civiles, compuestas de sectores vulnerables, de ancianos, mujeres y niños. Muchos de ellos no pueden huir de los enfrentamientos bélicos y resultan muertos, heridos o con traumas de por vida, con un futuro incierto y que depende del bando que obtenga la victoria en el campo de batalla.
El panorama de destrucción de pueblos realmente resulta estremecedor, cuando se observa cadáveres de niños o algunos heridos y con llanto incontenible por la pérdida de sus padres. Lamentablemente, organismos que agrupan a naciones no cuentan con suficiente poder para detener matanzas y tampoco han podido ayudar como deberían a esas víctimas, por una serie de obstáculos que ponen las fuerzas combatientes, cegadas por la ambición de vencer con cualquier costo.
Lo cierto es que, desde hace muchos años, el mundo padece las consecuencias de enfrentamientos, guerras y conflictos entre pueblos y entre naciones, sin poder calmar sus instintos beligerantes. Prevalece el afán de causar mayor daño a los considerados enemigos, por problemas territoriales, por intereses económicos, diferencias ideológicas, etc. Son guerras por las que se fabrica o perfecciona armas cada vez más sofisticas y que causan mayor dolor y muerte.
Por desgracia, los niños son las mayores víctimas de la inquina de sus mayores y pagan de manera injusta por la falta de acuerdos y concordia entre bandos en guerra. Pero esos menores no deberían pasar por tan execrables experiencias, sino ser apoyados para su desarrollo mental y físico, considerando que son el futuro de sus países. Sin embargo, seguimos viendo a menores destruidos por las balas o por las bombas; algunos lisiados, aterrorizados porque se encuentran desamparados y sin esperanza de merecer consideración por parte de fuerzas de combate enfrascadas en destruir de cualquier manera al bando contrario.
Por todo ello solo cabe esperar que algún día los países logren acuerdos para encontrar la forma de evitar que surjan más guerras, cuyas consecuencias son devastadoras para sectores inocentes. Y que los pueblos no estén a expensas de las decisiones de individuos obsesionados con permanecer en el poder “por las buenas o por las malas”.
Víctimas inocentes de todas las guerras
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