domingo, agosto 25, 2024
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Entre la mediocridad, el poder y el Estado

Marcelo Miranda Loayza

En la sociedad contemporánea, el control y la manipulación del pensamiento se ha convertido en un tema de preocupación filosófico y político. Los estados totalitarios utilizan la ignorancia y mediocridad de sus ciudadanos como puntos de partida para la construcción de regímenes hegemónicos y abusivos. La verdadera mediocridad e ignorancia no radica en la falta de conocimiento sobre un tema específico, sino en la aceptación acrítica de conceptos previamente establecidos. Esta situación se agrava cuando el Estado actúa como un ente central en la propagación de ideas, moldeando la percepción de la realidad en la sociedad.
Walter Benjamin, en su obra “Tesis sobre la filosofía de la historia”, señalaba que la historia está siempre escrita por los que ostentan el poder, y en este sentido, el Estado se erige como un actor determinante en la configuración de la narrativa histórica y social. Asimismo, el Estado no solo controla los medios de producción material, sino también los medios de producción cultural, condicionando así el pensamiento colectivo. Es de esta manera que la llamada “historia oficial”, es decir, la que se enseña y se acepta sin cuestionamientos, se convierte en una herramienta de dominación que perpetúa la ignorancia y la mediocridad.
Por otro lado, Ernst Cassirer, en su análisis sobre el poder simbólico del lenguaje, señala que el lenguaje no es solo un medio de comunicación, sino una herramienta de poder. El Estado, al apropiarse del lenguaje y redefinir conceptos a su conveniencia, desarraiga los problemas sociales y económicos de su contexto original. Este proceso, no es solo una manipulación semántica, sino una imposición ideológica que establece una nueva realidad, aceptada por la sociedad sin el filtro crítico necesario.
El absolutismo, como forma extrema de poder estatal, es un claro ejemplo de cómo el Estado puede reconfigurar la realidad social y económica en función de sus intereses. En estos regímenes, los fenómenos sociales que deberían ser analizados críticamente son simplemente aceptados sin cuestionamientos, ya que el Estado los presenta como verdades indiscutibles. Esta aceptación pasiva es el resultado de una sociedad que ha sido despojada de su capacidad crítica, una sociedad que ha sido reducida a un estado de “letargo intelectual”.
Benjamin argumenta que la modernidad, con su énfasis en el progreso técnico y material, ha creado un entorno en el que el individuo ha perdido su capacidad para pensar críticamente. En este contexto, el Estado se convierte en el “pensador de masas”, un ente que dicta las premisas que la población debe aceptar como verdades. Esta centralización del pensamiento crítico en manos del Estado no solo limita la libertad individual, sino que también fomenta una cultura de mediocridad y conformismo.
Cuando el lenguaje es utilizado para imponer una ideología, se produce un “abuso de ideas y conceptos” que, con el tiempo, se convierte en una forma de opresión. Este abuso se manifiesta en la imposición de una visión del mundo que no admite disidencia, una visión que se presenta como la única verdad posible y que es reforzada por la violencia estatal.
El resultado de esta manipulación estatal es una sociedad que ha perdido su capacidad para cuestionar y criticar. Una sociedad en la que la ignorancia y la mediocridad se han convertido en norma, y donde el abuso de poder se perpetúa sin oposición. Sin embargo, existe una vía de escape de este ciclo de opresión. La clave está en despertar del “letargo intelectual” y recuperar la capacidad crítica que nos permite cuestionar las verdades establecidas. Este despertar no es solo un acto de resistencia intelectual, sino un acto de liberación política que desafía el poder del Estado y abre la posibilidad de una sociedad más justa y libre.
En conclusión, la mediocridad e ignorancia que describen Benjamin y Cassirer no son inevitables. Son el resultado de un proceso de manipulación y control que puede ser resistido y revertido. Despertar del letargo intelectual y recuperar el pensamiento crítico son acciones fundamentales para contrarrestar el abuso estatal y la imposición ideológica. En un mundo donde se busca unificar el pensamiento, la verdadera libertad radica en la capacidad de pensar por uno mismo y cuestionar las verdades establecidas. Solo así será posible construir una sociedad en la que la diversidad de ideas y la libertad de pensamiento sean escuchadas y protegidas.

El autor es teólogo, escritor y educador.

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