La crisis de los ecosistemas no es el único problema que enfrentamos como humanidad. Está también, por ejemplo, la amenaza de una guerra de gran escala, de la cual hablaré en este breve texto.
No es desconocido que los países en que hay menos Estado de derecho y menos democracia son más violentos y más proclives a iniciar guerras que los países liberal-democráticos; hay abundante literatura académica y casos concretos que lo demuestran. Además, es lógico: mientras que las autocracias que deciden ir a la guerra no solicitan el refrendo de un Parlamento, las democracias necesitan primero la aprobación de la representación nacional —y aun de la opinión pública— para acudir a una contienda bélica. Por otro lado, las democracias generalmente agotan mecanismos de negociación antes de resolver las controversias por la fuerza. Pero también están los hechos concretos: por ejemplo, no hubo una conflagración bélica entre democracias desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Empero, las cosas en una democracia tampoco son una taza de leche. Los pequeños conflictos interétnicos, religiosos y territoriales y la guerra contra el crimen organizado están presentes incluso en los países económicamente más exitosos y donde impera la ley, a lo cual debe sumarse la creciente migración (¿colonización?) islámica hacia varios países de Europa Occidental, como España o Francia, fenómeno que podría poner en entredicho la paz y la misma vigencia futura de la democracia en estos países.
Según el informe de la Economist Intelligence Unit correspondiente a 2023, 24 de los 34 países que están en la franja de “regímenes híbridos” y 40 de los 59 “regímenes autoritarios” estuvieron envueltos o involucrados en algún conflicto armado entre 2022 y 2023. Algunos de estos conflictos son interestatales, pero la mayor parte son de tipo interno, como sangrientas guerras civiles que se cobran miles de vidas, las cuales no vemos en la TV ni en las redes sociales, quizá porque la prensa internacional usualmente pone foco en otros problemas de más repercusión, como el de Ucrania-Rusia o el de Israel-Hamás. Pero Sudán, Somalia, Siria, Yemen y Etiopía, entre otros, viven debatiéndose en durísimos conflictos de todo tipo. En Latinoamérica tampoco escasea la beligerancia. En Bolivia, por ejemplo, la perenne tensión entre occidente y oriente y de clases sociales es una constante que parece no tener final y en otros países los cárteles de tráfico de drogas son los causantes de decenas de miles de muertes; en México, por ejemplo, se calcula que desde 2006 la guerra contra el narcotráfico terminó con la vida de ente 200.000 y 400.000 personas.
Hay muchos conflictos en ebullición y, según analistas, expertos e intelectuales, las condiciones para una guerra de gran envergadura se están perfilando más nítidamente con el paso del tiempo. Es verdad que, hasta el momento, ninguna gran potencia como Estados Unidos, China o Rusia se ha mostrado tan agresiva o amenazante (su competencia es, hasta ahora, más que todo tecnológica: en robótica o en inteligencia artificial), pero no olvidemos que eso mismo es lo que ocurrió antes de las dos guerras mundiales, que fueron precedidas por pequeños conflictos de menor escala y aparentemente de fácil resolución, pero que al final actuaron como la chispa que encendió el gran incendio.
Desde hace ya varias décadas, ha emergido en innumerables universidades y centros culturales del mundo una tendencia descolonizadora y antiliberal, sostenida por una teoría política de autodeterminación y una especie de democracia híbrida que relativiza todo lo que estuvo bien y mal para el liberalismo clásico, y los Estados en que tal teoría se puso en práctica se han decantado hacia el autoritarismo y la decadencia democrática. En este marco, y pese a todos los conflictos que atraviesa, hay que tener en cuenta que Estados Unidos sigue siendo la primera potencia mundial, pero que su papel de garante o padrino de la democracia parece ya no ser el mismo de antes. Así las cosas, cabe preguntarnos cómo se está reconfigurando el mundo y quién asumirá el papel de líder de la democracia y los derechos humanos… si es que alguien lo asume. Velar por estas cuestiones y reflexionarlas en todos los espacios que nos sean posibles, incansablemente, será crucial si queremos resguardar la paz y procurar que el mundo no se despeñe hacia un abismo… otra vez.
Ignacio Vera de Rada es politólogo y comunicador social.