Una de las características fundamentales del ser humano es, sin duda alguna, su capacidad de razonamiento. Este proceso de desmenuzar hechos, circunstancias y sentimientos para encontrar en ellos causas y consecuencias es lo que nos permite tomar decisiones informadas. Somos seres pensantes y racionales y esta capacidad nos distingue de otras especies. Sin embargo, ¿qué sucede cuando estas facultades dejan de tener relevancia para dar paso a consignas vacías, llenas de mitologías e ideologías engañosas?
La posibilidad de que un grupo social sea manipulado al punto de que el pensamiento crítico deje de ser una prioridad es una realidad inquietante. En una sociedad donde el razonamiento queda supeditado a la voluntad de otros, ¿podemos hablar verdaderamente de libertad? La libertad no se trata solo de la ausencia de cadenas físicas, sino también de la capacidad de pensar y decidir por uno mismo. Si esta capacidad está condicionada, ¿somos realmente libres?
El razonamiento es la expresión máxima de la libertad. Mientras más pensamos, más libres somos, porque es en la reflexión donde encontramos las respuestas que nos permiten actuar conforme a nuestra propia voluntad. Cuando la capacidad de cuestionar y razonar se apaga, somos susceptibles de caer en la trampa de la manipulación. En este contexto, surge una pregunta fundamental: ¿pueden ser sujetos de derechos políticos quienes no cuentan con un razonamiento crítico?
Los derechos políticos están estrechamente vinculados con la capacidad de ejercer el pensamiento autónomo. Sin una base sólida de razonamiento crítico, las personas se convierten en meros instrumentos de los intereses ajenos. Las masas manipuladas, carentes de criterio propio, no pueden ejercer sus derechos políticos de manera efectiva, pues no actúan desde la reflexión, sino desde la obediencia ciega a consignas. ¿Es esto compatible con la democracia?
La libertad política implica más que el derecho al voto, es la posibilidad de participar activamente en la vida pública desde la reflexión y el análisis. Pero cuando las personas no ejercen su capacidad de razonamiento, se convierten en piezas manipulables dentro de un sistema que puede utilizar la democracia como fachada para el control. En lugar de ciudadanos conscientes, se producen masas dóciles que obedecen sin cuestionar.
Esta situación plantea una paradoja: ¿cómo puede alguien ser libre si su capacidad de razonar está supeditada a la voluntad de un tercero? La respuesta es clara: no puede. La libertad política auténtica sólo puede existir cuando el individuo es capaz de pensar de manera autónoma. Cualquier otra forma de “libertad” es una ilusión.
Es imprescindible preguntarnos si las personas que no ejercen el razonamiento crítico pueden ser sujetos de derechos políticos. La respuesta parece ser negativa. Sin la capacidad de pensar de forma crítica, la toma de decisiones políticas se convierte en un acto automático, carente de reflexión. Así, quienes no cuestionan las consignas que reciben están condenados a ser utilizados como herramientas por aquellos que sí tienen el control del discurso.
En este contexto, la democracia misma está en riesgo. Una sociedad en la que la mayoría de los ciudadanos no piensa de manera crítica está expuesta a ser manipulada por líderes populistas que utilizan la propaganda y la desinformación como armas para perpetuar su poder. Este tipo de manipulación puede llevar al deterioro de los sistemas democráticos, sustituyendo el debate y el razonamiento por el adoctrinamiento y la obediencia ciega.
¿Es legítimo el ejercicio de los derechos políticos en estas condiciones? Los derechos políticos deben ser conquistados y defendidos mediante el uso de la razón, no mediante la imposición de ideologías. La violencia, sea física o ideológica, no puede ser la base de una sociedad democrática; la imposición de dogmas, sin lugar para el cuestionamiento, destruye el fundamento mismo de la libertad.
En conclusión, la capacidad de razonamiento es fundamental para el ejercicio de la libertad política. Sin esta capacidad, las personas se convierten en meros instrumentos de ideologías y consignas, perdiendo su autonomía y, por ende, su libertad. Los derechos políticos deben ser ejercidos desde la reflexión, no desde la obediencia ciega. Solo una sociedad que fomente el pensamiento crítico podrá ser realmente libre y democrática.
El autor es teólogo, escritor y educador.