domingo, diciembre 22, 2024
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Explotación de la goma boliviana

Negocio con esclavos

Javier López Soria

Han sido publicados pocos informes sobre los excesos brutales durante la fiebre del caucho, de 1890 a 1920. El mejor documentado y el que originó un clamor público fue el informe de las selvas del Putumayo al norte de Iquitos. Otro informe se originó a partir de los diarios del propio mayor Fawcett, quien se encontraba en Bolivia en ese momento. La participación británica exigía que la investigación fuera de esa nacionalidad, y los argumentos sobre quién era responsable por las condiciones iban pasando de oficina en oficina.
Y las cartas de Lizzie, no conocidas en ese momento, habrían apoyado muchos de los reclamos hechos por Fawcett. Como descubrieron las autoridades, el Beni se volvió tan cerrado como el Putumayo. Dar azotes era la forma aceptada de empezar el día y de tratar a los indígenas en el Putumayo. Lizzie había escrito desde Orthon: “les damos 100 latigazos; es el único remedio, no temen otra cosa”. Tal vez, después de tantas aventuras en que había estado cerca de la muerte, ella sintió que estos atroces interludios amazónicos eran como cruzar la calle. Y que, para los lugareños, los indígenas eran “animales y no personas”.
Pero los azotes eran sólo el comienzo, y en su trasfondo la fiebre del caucho había producido una orgía de terror diferente de todo lo que se había presenciado en Sudamérica desde la llegada de los conquistadores. No podía durar. Finalmente, la frialdad y la brutalidad de la industria amazónica del caucho quedaron expuestas. La revista londinense Truth marcó el camino con sus ediciones de septiembre y octubre de 1909, que publicaban informes de primera mano del Putumayo y los asuntos de la Peruvian Amazon Co. Ltd.
La historia vino de un ingeniero ferroviario estadounidense de 23 años, Walter Ernest Hardenburg: “Los azotan inhumanamente hasta dejar expuestos sus huesos, no les brindan ningún tratamiento médico, sino que los dejan apenas vivos, comidos por gusanos hasta que mueren… Por estos lugares existe un gran negocio de esclavos, Una muchacha fuerte y saludable cuesta 50 libras. Para una niña de 10 o 12 años, se tendrá que pagar 10 libras, los muchachos cuestan más. Uno tiene que comprar sus sirvientes. Ellos son raptados de niños, criados y cuando crecen más o menos a los 14 son vendidos por grandes sumas de dinero de tu propiedad y los haces trabajar tan fuerte como uno quiera. Si no trabajan bien o cuando las compras pasan a ser cómo quieres. son salvajemente golpeados. Es normal que queden semimuertos después del este castigo y reciben un castigo más severo si intentan escapar.
En Rurrenabaque volvimos a palpar la esclavitud, bajo una forma original, la del crédito, comprendiendo a mujeres y peones, a quienes los barraqueros les dan cuanto piden en mercaderías y con precios increíbles, disponiendo de esa manera de su vida y de su persona a su antojo, no pudiendo ellos fugarse, porque se les persigue y cuando son hallados, los gastos ocasionados por la persecución redoblan la cuenta, además de ser horriblemente flagelados…”.

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