“Se llevaron el dinero”, dijeron quienes retomaron el Poder en 2020, luego de haber huido, despavoridos, de la furia popular. Pero, ¿ahora quienes habrían manejado alegremente el dinero, para que Bolivia se haya visto en la peor crisis económica? ¿Para que haya subido el costo de vida, que agudizará el malestar social? No dijeron que se había agotado el gas, reduciendo dramáticamente los ingresos para las arcas del Estado. Ni reconocieron que no habían tomado previsiones.
Tampoco dijeron que los fabulosos ingresos, correspondientes a la venta de gas a Brasil y Argentina, fueron dilapidados, con el objeto de perpetuarse en el Poder, como ocurre en los países de la región donde se impone la dictadura socialista.
“Desde ese año (2006) se dio curso al derroche de dinero para satisfacer las demandas de grupos sociales afines al oficialismo, a los cuales se les otorgó la construcción de canchas por doquier, edificaciones, motorizados, financiamiento para reuniones partidarias, etc. Después de algún tiempo, quedan muchas obras sin uso y en constante deterioro, como el museo instalado para satisfacer la vanidad del ex presidente Evo Morales, aeropuertos sin utilidad o pomposos edificios que ahora se derrumban por falta de mantenimiento” (1).
El continuismo, pese a los problemas que lo aquejan, nunca ha pensado abandonar la arena de las lides políticas. Con ese afán se ha aferrado al brazo de ciertas organizaciones sociales. Ellas, como se sabe, están fraccionadas y debilitadas, por divergencias internas e intereses particulares. Han perdido, en consecuencia, no solo credibilidad, sino fuerza, inclusive en sus propios sectores partidarios. Pero tienen, indudablemente, espacios bien marcados, dentro del territorio nacional.
El continuismo siempre ha pretendido acabar, con las expectativas del pueblo boliviano. Jamás ha sido honesto con éste. Mientras decía defenderlo, se hacía de la vista gorda ante su situación aflictiva. Sus deseos de mejores condiciones de vida, en consecuencia, se han disipado, ya que la penuria económica golpea con mayor rigor que a principios del 80. El modelo del continuismo ha provocado desastre económico, cuyas consecuencias recayeron en espaldas de los más desprotegidos. “Ahora con 100 bolivianos se compra menos artículos”, reiteró, hace algunos meses, el economista boliviano Fernando Romero (2). Por lo visto, la moneda nacional ha perdido su poder adquisitivo.
Cambio exige, en esta coyuntura, la ciudadanía. Cambio de incertidumbre por certeza, que signifique abastecimiento y estabilidad de precios, de artículos de primera necesidad. Tal actitud podría despejar, por cierto, las sospechas que recaen sobre aquel, en sentido de que con él se truncaría, siempre, la búsqueda de un futuro mejor. Es que continuismo significa retroceso.
En suma: desechando el continuismo, sigamos trabajando, en unidad, por Bolivia.
Notas
(1) “Pedido de austeridad, tardío como siempre”. EL DIARIO, La Paz – Bolivia, 21 de enero de 2024.
(2) “Economía boliviana cerca de un aterrizaje forzoso”. EL DIARIO, 8 de noviembre de 2023.