jueves, octubre 31, 2024
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Los espejismos de la democracia

No es extraño tener presidentes tiranos, en un mundo donde se fervoriza la democracia; así como países que se enfrentan en guerras, cuando el mundo pregona la paz. ¿Acaso pudiera entenderse que el mundo es condescendiente, que no considera extraño tolerar la tiranía, y permanece discreto cuando de guerras se trata, que incluso vota a favor? Las guerras frecuentes con escenarios en oriente medio; las tiranías más manifiestas en las regiones sur-sur. Cuando finalmente las censuras son aprobadas, no pasan de ser documentos que son difundidos y ahí quedan; no existe la forma para hacerlos cumplir. Las guerras continúan, a pesar de las rimbombantes censuras; interesa más la victoria, ser belicista y despreciar la vida. Fortalecer el exceso de poder, oprimir al ciudadano, es la oprobiosa respuesta del tirano. En otros términos, las declaraciones no sirven, carecen de ejecutoriedad.
Por otro lado, los gobiernos autocráticos alardean democracia, pero apoyan a los tiranos; todo depende de ideología. La invasión a territorios ajenos es buena, o puede ser mala. La tiranía y los agravios a los derechos humanos pueden ser condenables o justificados. Los muertos no importan si el autor es país amigo; por el contrario, es deleznable, se lo debe repudiar, cuando el autor no pertenece al clan.
Pasa lo mismo con el poder paralelo externo: el neoliberalismo es la pobreza, el socialismo del Siglo XXI es la solución; el juicio y la sentencia es cuestión de posición ideológica, y la votación es por consigna. Por eso, las guerras siguen y las tiranías también. Diferentes son las razones para que los totalitarios no acaben siendo tiranos (y bien que lo desean), porque pueden mantener la etiqueta de la democracia; y también, aunque parezca extraño, porque los poderes paralelos no lo permiten, necesitan seguir vigentes: los traficantes de drogas, de armas, de personas, y los del contrabando. Estos poderes paralelos inquietan al poder formal, es imposible ignorarlos; y combatirlos conlleva riesgos; el poder está en juego.
Aunque, por otro lado, se dice que esos poderes paralelos, actúan bajo la tolerancia y protección de los gobiernos. En este caso la violencia deja de ser un monopolio del Estado, que permite y encubre la acción de narcotraficantes armados, secuestros, fraudes, contrabando, blanqueo de capitales, tráfico de armas, asaltos y robos; grupos comunitarios que al parecer toman en cuenta el dicho: «no se puede poner puertas al campo», y actúan protegidos y armados.
Entretanto, el Estado sigue prendido al poder en una aparente democracia, cada vez inútil, vacía, que compensa su debilidad a través de acciones de rescate para revalidar su poder perdido, apelando al despotismo; en medio de protestas, paros y bloqueos; denuncias y contradenuncias, agobiado por retener su mando que hace aguas. Finalmente, el contrabando instalado y conectado con el poder, que en una ocasión encubrió treinta camiones con mercadería, que permitió en otro tiempo ingresar harina argentina en vagones, ese que sigue vigente en todo tiempo, con centenares de vehículos circulando sin póliza: y son escuchadas voces oficiales abogando para regularizar el delito. Varias veces sucedió, con el argumente de mejorar los ingresos fiscales, y no está lejos el día… Están a la vista, se venden a toda hora, igual que los fardos de ropa, los licores y medicamentos. Y en otra cara, el contrabando hormiga, hostigado y usado como carátula para el expediente: «lucha contra el contrabando». Por eso, decir que el mundo está dividido es inexacto, unos, son pocos, pero suficientes para desconectar las censuras, y los otros son mayoría, pero insuficientes para suprimir las guerras, evitar las tiranías, y también el contrabando.

El autor es periodista.

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