De “Vida y Salud”, extraigo dos enfoques de Carlos Diego Ibáñez y Miguel Ramudo, sobre “¿Cómo equilibrar trabajo y vida? Consejos prácticos para todos”, y “¡Cuidado! Comer frente a pantallas engorda y es peligroso”. Sobre el primer tema, la psicóloga Ana Laura Sánchez dice: “los desafíos del día a día pueden llevarnos al agotamiento afectando nuestro bienestar ¿cuáles podrían ser las primeras medidas para recuperar el equilibrio entre la vida profesional y laboral?”, y enfatiza: “si el desequilibrio es una señal de que hemos perdido algo de nuestra salud mental, entonces el camino para recuperarlo es reconectarnos con nuestras necesidades”.
Un buen ejercicio es preguntarnos, sigue, ¿qué he perdido?, ¿qué he dejado de disfrutar? y ¿qué aspectos de mi vida he descuidado? Oír nuestras necesidades es clave para comenzar a hacer cambios. Un ejercicio es imaginar que somos como una batería de celular con un 100% de energía total disponible. Tenemos que distribuir esa energía entre nuestras distintas áreas de la vida. ¿Qué energía le das a cada cosa? No podemos dar más del 100%, ni en el trabajo ni en la vida personal. Tenemos que decidir qué es lo mejor para nosotros, no para la híper productividad. Si trabajo 8 horas, eso es lo que le daré al trabajo, para luego recargarme con actividades que me hagan bien, como estar con la familia o descansar. Entonces la clave es auto imponerse límites. La clave está en aprender a ser flexibles con nosotros mismos. No pasa nada si un día no tengo ganas de ir al gimnasio, o si no quiero limpiar. Ser equilibrado también implica permitirnos ser ‘improductivos’ de vez en cuando.
Explica que nuestra vida personal está demasiado entrelazada con el trabajo. Almorzamos mientras respondemos correos, o trabajamos hasta tarde porque ‘todavía queda algo por hacer’. Debemos aprender a separar lo laboral de lo personal, ya sea a nivel de horarios o de espacios físicos.
En el segundo caso, la Dra. Martha Garín, experta española, afirma: “comer con una pantalla delante puede interferir con la sensación de saciedad y provocar que comamos más, además de favorecer los atragantamientos al no prestar atención. Los momentos en los que la familia come junta deben aprovecharse para favorecer la comunicación entre todos los miembros y crear situaciones agradables. Aunque solemos pensar en los niños, en los adultos tampoco es aconsejable comer con una pantalla delante, ya que dificulta que recordemos lo que hemos ingerido y aumenta más la sensación de hambre al poco tiempo”. Añade que “la comida debe ser un acto consciente y, en algunos casos, dirigido incluso por el menor para que participe de esta actividad. Los momentos en los que la familia come junta deben aprovecharse para favorecer la comunicación entre todos los miembros y crear situaciones agradables, libres de pantallas. Al no prestarle atención, es frecuente que no enviemos señales de saciedad al cerebro y esto se acaba traduciendo en que comemos más de lo que necesitamos. Hace que comamos más rápido, y así que traguemos más aire y tengamos, por tanto, peores digestiones. Hacerlo con una pantalla delante aumenta el consumo de alimentos debido, probablemente, a un deterioro de la memoria. Se comprobó que la gente que come prestando atención a una pantalla no recuerda con exactitud cuánto ha comido, ni los ingredientes de su comida, y tras una hora de la ingesta, su sensación de hambre es mayor.
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