Conocerme a mí mismo o auto conocerse resulta complejo –como parte de un proceso que dura años–, para lo cual no estamos preparados conscientemente, menos cuando somos niños, al no tener conocimiento propio esencialmente de nuestros errores, cuando posiblemente la única retroalimentación provenga del regaño o llamado de atención de nuestros padres, así como de los profesores.
Ya un poco más crecidito, se puede reiterar lo mismo, al no poseer la madurez necesaria, cuando nos seguimos equivocando. De aquí un refrán como: “El ser humano es el único ser vivo capaz de tropezar con la misma piedra varias veces”, por ejemplo: portarse mal en clase al no entregar las tareas, llegar tarde y, en el peor de los casos, hacer un fraude mediante la copia de texto u otras modalidades.
De aquí la ardua labor de los padres y la necesaria comunicación con los docentes para que estos hechos y otros no sucedan, al menos para reducir la posibilidad de cometer un error y, en el peor de los casos, ser reiterativo, por parte de los hijos.
Al abordar el tema de la Educación sexual en una charla para estudiantes de primer año de diversas carreras, lo que se aprendía en “boca” de los amigos años atrás, cuando los más adultos nos explicaban las bondades del sexo, algo así como un reto por no haber tenido relaciones sexuales todavía (casi un pecado) o bien ser auto instruido con alguna revista porno, hoy para los jóvenes resulta mucho más sencillo al “sumergirse” en las redes sociales.
De aquí que exista por una parte el aprendizaje erróneo, de “aprender mucho más rápido” bajo la modalidad virtual y con ello la ausencia del padre o la madre para orientar debidamente una adecuada conducta sexual, vinculada a aspectos emocionales con la pareja, como son el respeto, la comprensión, etc.
Luego no queda dudas –a pesar de abordar un tema tan controversial que en muchas ocasiones raya entre el mito y el tabú–, todos necesitamos consejos, todos, previamente a la toma de decisiones, cuando las opciones pueden reducirse a un Sí o un NO.
Hace poco una joven de otro país, con la cual nos contactamos a partir de mis publicaciones sobre temas de educación, por diversos medios, me solicitaba consejos acerca de estudiar una maestría en el extranjero, dado que se encontraba desempleada (siendo docente) y que veía esa opción de alcanzar un grado superior, lo que le daría un punto a su favor para laborar en lo que le gustaba: la docencia.
Ello conllevó abordar temas medulares de su entorno familiar, los pros y los contras, siendo uno de los problemas tener un hijo (de 4 años) siendo madre soltera.
Hablamos de planes A, B… y creo que no llegamos al Z, porque a larga de lo conversado se infería analizar los diferentes necesarios a corto y largo plazo, para llegar a la toma de decisión, obviamente una muy personal.
Le puse ejemplos vividos –familiares, pero mucho más en el campo laboral–, ya que, durante muchos años, siendo administrativo en la universidad donde laboraba, atendía los problemas de disciplina de los estudiantes, lo que me permitió conocer de primera mano la amplia gama de contratiempos de nuestros jóvenes, los cuales constituyen prácticamente un “ejército” de personas sedientas de ser aconsejadas.
Conversamos tal vez 20 o 25 minutos y le desee que todo le saliese bien, que era muy complejo el asunto, pero que la decisión era suya. A la mañana siguiente recibí un mensaje: ¡Gracias por sus consejos, los tendré mucho en cuenta! No le respondí, pero en mi cara sentí el reflejo de una sonrisa.
El autor es Licenciado en Ciencias Pedagógicas.