No va a existir una “guerra del fin del mundo” en el Chapare, porque Evo Morales no es un héroe místico y religioso como Antonio Conselheiro, ni los chapareños y sus amigos tampoco son los abnegados y devotos “sertanejos” del árido y ardiente sertón brasileño. Además, porque no hay un ejército que se anime a doblegar a los chapareños, como los militares brasileños hicieron con los habitantes de Canudos en una guerra de exterminio ante toda otra posibilidad. Euclides da Cunha hace más de un siglo y Mario Vargas Llosa, cien años después, escribieron sobre una impresionante epopeya de fervoroso fanatismo y de heroísmo que muy poco tiene que ver con la historia que alguien escribirá, algún día, sobre la república de la cocaína en Bolivia.
El Chapare nunca será Canudos ni Evo Morales será Antonio Conselheiro. La primera es una de las regiones donde manda Morales y donde el negocio del narcotráfico abunda, además de otros vicios sucios. Canudos, por ser “el paraíso en la tierra”, era la ciudad de la fe, de la libertad, del trabajo y la igualdad, dispuesta a morir sacrificada por los principios sagrados que mandaba el buen Jesús. El Chapare tierra de perversión, Canudos santa. Ésta guiada por un santón adorado por el pueblo dispuesto a dar por él hasta su último aliento; la otra agraviada por un violador serial, inescrupuloso, falso, protector de las drogas, enloquecido por una irrefrenable ambición de poder. Las antípodas entre una situación y otra, entre un personaje y otro.
Llevamos cerca de 20 días de bloqueo de las principales carreteras nacionales, con pérdidas inmensas y paralización de la economía, porque Morales no quiere declarar ante la justicia por las acusaciones de violación de menores y trata de personas que pesan sobre él. Simplemente se niega a declarar, haciendo caso omiso de la ley. Pero, además, de forma gansteril, se resiste a la autoridad a tiros (lo afirma y lo desmiente) y arma un show inverosímil que nos retrotrae a los enfrentamientos y fugas que tenían con los policías, personajes tan legendarios como el colombiano Escobar, el mexicano Chapo Guzmán y hasta el mismo Al Capone.
Para vergüenza de los bolivianos, Evo Morales ha sido presidente de durante tres períodos, y, luego de descubrírsele un descarado fraude, se evitó que reasumiera el mando por cuarta vez consecutiva. Ese su afán de enquistarse en el poder ha dejado el país díscolo que tenemos hoy, pero, además, lo ha dejado pobre. Todo ha sido mentira, todo falso, desde la nacionalización de los hidrocarburos, que no fue sino una “negociación” del gas con las empresas extranjeras, que tuvo su larga fiesta con cohetes y champán, al extremo de que el festín no gustó a la inversión extranjera, que no volvió a invertir ni un solo dólar en Bolivia. El resultado es que no tenemos gas, por lo tanto, tampoco hay dólares, y sin divisas no podemos comprar ni la gasolina ni el diésel, lo que está arruinando, más todavía, nuestra frágil economía. Morales decía que Bolivia sería el “centro energético del continente”, y hoy tenemos parte de nuestros oleoductos produciendo eco, secos y oscuros, como guarida de chulupis.
Además, fuera del escándalo con la señora Zapata, no sabíamos de las múltiples andanzas eróticas del expresidente. Como todo en Evo Morales, sus habilidades no eran las de un seductor, las de un hombre con encanto, sino las de un abusivo estuprador. Niñas que asomaban a la pubertad, ninfas inocentes, eran observadas torvamente en las manifestaciones, sin pestañear, por el Jefazo. Les entregaba un regalo o procedía a un trato infame con sus padres. Las crías despertaban hechas mujeres en el lecho del temido patriarca, que no se preocupaba por los riesgos y se marchaba.
Morales ha hecho un cerco en el Chapare, pero también se ha cercado él. Si no viene, como en el 2019, un avión del extranjero para rescatarlo o huye en una avioneta narco, no tendrá escape. Claro, siempre que este inútil gobierno no siga enviando policías desarmados, para que los dinamiten, los acribillen o los quemen. Muchos pensamos que ha llegado la hora de que el Ejército haga respetar la Constitución.