No queda duda que matemáticas –como parte de las llamadas ciencias exactas– ha resultado una disciplina aceptada por unos, odiada por otros (inclusive cuestionada, para qué sirve), pero que tiene la característica de dejar una huella en nuestras vidas.
La misma nos llega a partir de que pisamos la escuela –inclusive aquellos que por causas explicables: la pobreza, entre otras muchas, aprenden a contar enseñados por sus padres para que éstos sean apoyados en el negocio de vender–, donde su aprendizaje resulta de forma gradual, iniciando generalmente con dibujos que resulten atractivos para los menores de edad, vinculados a la naturaleza, canciones, cuentos, etc.
Ya con el paso de los años, las cosas cambian: reglas (del 1 al 100), el uso de la memoria (fatal); el estudio de procedimientos para la solución de problemas (donde no necesariamente resultan aplicables, ¡error!).
¿Resultados? Bajos o pésimos en el aprendizaje de matemáticas (aunque un poquito mejor, en la disciplina de las letras: español, comunicación y lenguaje, etc.)
Hecho que tradicional y prácticamente divide el mundo universitario en dos: ciencias y letras. Tal vez cuando seamos adultos y trabajemos podremos darnos cuenta de la importancia de dominar el arte de las matemáticas: mediciones, ángulos, figuras geométricas y su aplicación en la vida cotidiana. Por ejemplo, el valor del dinero, la alimentación en cuanto a calorías, medicinas y cantidades que deberemos ingerir, en fin, tantas aplicaciones.
Al mencionar figuras geométricas, recuerdo el fabuloso Pi – π (1) el cual nos permitía calcular la cuadratura de un círculo, para lo cual utilizábamos una regla y un compás, con la misma área de un círculo.
¿Una definición de esta constante? «La proporción entre la longitud de una circunferencia y su diámetro», cuyo valor es considerado 3.1416… (2); otra acepción es «La mitad de una circunferencia de radio igual a 1, o 3,14…».
Constante que ha sido estudiada por figuras relevantes, como Arquímedes (año 250 a.C.) creando un algoritmo –basado en el teorema de Pitágoras (3) –, pero que no ha dejado de crecer en cuanto a sus decimales, en manos de matemáticos chinos, indios y árabes, que emprendían pesados cálculos, para llegar hasta el séptimo o noveno dígito.
Con el desarrollo del cálculo en el Siglo XVII, por Isaac Newton y Gottfried Leibniz, el físico británico publicó hasta el decimoquinto dígito. La carrera progresó lentamente: a finales del Siglo XIX la cifra estaba en 527 dígitos; cantidad que se amplía –con el desarrollo de la informática, Siglo XX– destacándose el genio indio Srinivasa Ramanujan, quien llenó cientos de páginas de sus cuadernos con métodos que no fueron redescubiertos hasta décadas después y que aún hoy se utilizan, superando los 17 millones de dígitos de Pi.
¿Y para qué tantas décimas?, se preguntará. Marc Rayman, ingeniero de la NASA, considera que para los cálculos de las misiones espaciales solo se utilizan 15 dígitos, y 40 bastarían para calcular la circunferencia del universo visible, con una precisión del tamaño de un átomo de hidrógeno.
Por supuesto, con más dígitos, más certeza (aproximada) de no equivocarse, si desea calcular la circunferencia del universo visible, luego la investigación continua…
Y, si tiene duda, Pi es utilizado en la geometría y trigonometría como parte integral de cálculo, en análisis matemáticos, en probabilidad; también se usa en la física para algunas ecuaciones fundamentales que permiten entender el universo.
¿Sigue odiando a las matemáticas? Yo, no ¿y tú?
Notas
(1) Inventado por el médico y matemático aficionado Edward Goodwin. La ley fijaba de facto un valor de 3,2 para el número Pi. Por fortuna, el texto nunca se votó en el Senado (cámara de representantes del estado de Indiana (USA), perdurando solo como uno de los episodios más estrambóticos en la historia del número irracional más popular del mundo.
(2) En la antigua Babilonia se calculó un valor de 3/8, o 3,125, relacionando la longitud de una circunferencia con el perímetro de un hexágono inscrito, según se deduce de una tablilla de barro fechada en torno al año 1.900 a.C. Otro valor estimado aparece en el papiro Rhind, un documento matemático egipcio del año 1650 a.C., que arroja un cálculo de 256/81, en torno a 3,1604. Curiosamente, antes de la propuesta de Indiana, tal vez el último valor entero de Pi aparece en la Biblia: el Libro Primero de los Reyes, escrito sobre el siglo VI a.C., habla de un mar de metal fundido con una circunferencia de 30 codos y un diámetro de 10 codos, lo que daría un valor de Pi igual a 3.
(3) Pitágoras (570 a.C. – 490 a.C.), filósofo y matemático griego, considerado el primer matemático puro. Contribuyó de manera significativa al avance de la matemática helénica, la geometría y la aritmética.
El autor es Licenciado en Ciencias Pedagógicas.