No se puede negar que el plan de gobierno de la aspirante presidencial por el Partido Demócrata de Estados Unidos, Kamala Harris, incluía varias políticas interesantes en diferentes áreas. La reducción de los precios de los medicamentos o de los impuestos para las clases medias, son medidas que, de haberse implementado en caso de una victoria de la candidata oficialista, iban a tener respuestas de complacencia en segmentos desfavorecidos, segmentos que no por tratarse del primer país del continente y una de las mayores economías del mundo no existen. El legado de la esclavitud, que hoy es cosa de una lóbrega historia, aún no ha desaparecido y ello se refleja en discriminaciones laborales y raciales principalmente, resultando infructuoso cualquier intención de maquillar una realidad que solo se percibe si se vive en aquel país.
Y revisando el programa de gobierno de la descendiente india y afrocaribeña, podemos ver que había otras políticas rescatables, como las relacionadas con el medioambiente, cuyo deterioro es en mayor grado de responsabilidad de los países industrializados, o las vinculadas a la migración y la ciudadanía para los inmigrantes indocumentados, por considerar con absoluta razón que éstos han contribuido decisivamente al desarrollo del país, sin que eso signifique fomentar indiscriminadamente el ingreso de la comunidad latina en especial, a un contexto que puede ofrecer muchas posibilidades de éxito laboral, pero que puede ser una tortura si no se tiene el agreement migratorio correspondiente.
Por otra parte, Estados Unidos tiene un sistema político en el que, entre demócratas y republicanos (únicos con aspiraciones de gobernar), no existen diferencias abismales. De hecho, en lo fundamental (defensa y economía), el mundo percibe que no hay distancias muy grandes. Sin embargo, una de las grandes diferencias entre demócratas y republicanos reside en los derechos reproductivos, respecto de los que la candidata Harris ha acentuado lo que su partido propugna. Es decir, se ha declarado una ferviente defensora del aborto y comprometido a la restitución del “derecho” que tendrían las mujeres de interrumpir su embarazo. Y si bien en algunos Estados ese derecho ya existe desde hace muchos años, la excandidata había hecho promesa de restaurarlo a nivel federal.
Kamala Harris es una militante del Partido Demócrata que ha pretendido profundizar las políticas progresistas durante su gobierno, habiendo desperdiciado quizá su única oportunidad de acceder a la Casa Blanca, pues no es menor su extracción racial, que estratégicamente pudo haber aprovechado mucho mejor. Ni siquiera le sirvió el ejemplo de su correligionario Barack Obama, que optó por resaltar su identidad en menoscabo de los obstáculos que tuvo que superar para llegar tan lejos como hombre negro; y cuando lo logró, más bien su elección como presidente convirtió en un elogio, y no hacia él, sino a Estados Unidos, por haber superado el peso de una historia que hasta entonces le fue esquiva al gigante de occidente.
Celebro los resultados de la elección de los Estados Unidos, porque más allá de cualquier programa de gobierno de la excandidata que ofreciera ventajas para los propios norteamericanos, favorecimientos migratorios o laborales para los indocumentados latinoamericanos o igualdad laboral y de derechos para vivienda a la comunidad LGTBQ, que me parece estupendo, por una cuestión moral y de orden natural me parece una aberración que aliente —como lo hizo desde que fungía como vicepresidenta— la unión entre personas del mismo género. Aquello de odiar, como ocurre en muchas partes, a las mujeres transgénero, y mucho más si son negras, me parece abominable, pero estimular las uniones homosexuales me parece desacertado.
En cuanto a las relaciones internacionales, Estados Unidos seguramente fortalecerá su cooperación con Israel y Ucrania y endurecerá sus políticas de embargo con Cuba y las sanciones contra Maduro, Ortega y compañía, pero por la insignificancia de Bolivia en el concierto de naciones, nosotros casi nada sentiremos el cambio de gobierno.
El “Yes, we can” que utilizó Barack Obama para su campaña, se convirtió en “It couldn’t be” de Harris. Y yo lo celebro.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.