Tributo a José Rafael Hernández
Atorado en camándulas no pienso aflojar manija, herido de bolazo no voy a cantar para el carnero, debo hacer pata ancha a pesar de que me exija, la vida nunca fue cándida con quien fatiga al avispero. Mi guapeza es un incesante fogón, aún me falta campear en las topadas del guadal, me abriré camino con mis rimas de facón, ¡juro por mi madre que me haré inmortal!
Entonado haré que la güena suerte me elija, portando siempre mi guitarra, empilchado de poncho y campero, alzado por el rancho que me cobija, chamuscado por la grapa que alumbra como lucero. Garifo voy jineteando por las playas de Colón, siguiendo el compás del bagual, abrazando su corajina; veneno de eslabón, por mis venas corre sangre infernal.
Achacado vivo esquivando chumbos y cucañas, si el malo no me intimida, mucho menos un bandalaje, me tengo por bueno, conocedor de sus malas mañas y su refalsado homenaje. ¿Qué van a concertar, si se la pasan echando panes?, angurriosos de mis dotes, ansían que se rompan mis bordonas, a pesar de sus desmanes, terminan admirando mis lloronas.
Entripado vigilo los dianches que habitan mis entrañas, para ver los pies a la sota y no caer en su chantaje, harto de enredarme en marañas, me aferro a mi trotón en busca de un buen paraje. Si no sabes galoparte una noche, no mereces enriendar entre titanes, un gaucho no sobrevive por carambola, sobrevive por filiar sus planes, evitando caer a la mitad de una cabriola.
Arrumbado junto a mi noble aparcero de crin argentada, me hago la tarde guarecido bajo un algarrobillo, pensando en mi prenda de piel tostada, y boca dulce como membrillo. Muchas veces por ella me fui al humo, porque más que baquiano soy payador, nada es más importante que defender a la musa de mi canto; el origen de mi resplandor, viste de celeste y blanco.
Entreverado, en medio del campo de amansada y mi temple arisco, no doy alce ni siquiera a un potrillo, hasta que se convierta en un caballo de gran alzada, digno de su brillo. Hay que saber sacudirse el polvo sin andar con chicas, un grandioso concertador debe mostrar la hilacha, no sirve de nada el llanto; la fuerza de mi progenitor, sigue incólume cuando me planto.
Al ñudo quieren impregnarme su hedentina, ceporros cabecillas, andan en procura de florear la baraja, para que pierda mi silla, por estos lares un gaucho redondo ya no encaja. ¡Qué se vayan al barajo!, si es necesario armaré un barullo al estricote, por mis sueños de superación, meteré la lanza hasta la pluma del monigote, no hay espacio para el chungón.
Emperrado con esta libertad, a veces la soledad me hace astillas, pero soy el más pintado, ni en la estaca perecen mis deseos de zamba, ya crecerán las semillas, tarde o temprano haré coplas en La Pampa. Entre tanto queda guardado el chafalote, junto a mi porrón, Entre Ríos mi tenacidad se mantiene a flote, con un taco de vino y cebando un cimarrón.
El autor es Comunicador, poeta, artista.