Los oficialistas están enfrascados en sus problemas internos. No les importa el tema de quienes sufren hambre y desnutrición. Ni en la época de las vacas gordas, se dignaron a satisfacer sus necesidades. Prefirieron ejecutar obras conocidas como elefantes blancos. Con el propósito de perpetuarse en el Poder. Derrocharon recursos económicos a manos llenas, cuando el boom gasífero generaba lluvia de billetes verdes. Algo que jamás se había visto en nuestra historia.
Hoy la población sufre, como consecuencia de la crisis económica. Ajustándose el cinturón, día que pasa. Es que la canasta familiar, se torna inaccesible. “Ahora no es conveniente tener hijos ni animalitos”, dijo una ciudadana. El elevado costo de vida no permite ampliar familia. Menos comer dos veces al día. Lo prioritario es atender los requerimientos más elementales del estómago. Los precios prohibitivos que rigen en el mercado, asustan y alarman a las amas de casa. La responsabilidad recae sobre los gobiernos de turno. Es la herencia que nos dejaron quienes detentaron el Poder durante 17 años aproximadamente. Situación que fue agudizada por el prolongado bloqueo de caminos, ejecutado por una fracción disidente del oficialismo.
La desnutrición infantil fue un tema recurrente. No solo en dictadura, sino en democracia. Hubo antes y después de 1982. Fenómeno que se manifestó con mayor incidencia entre las personas de escasos recursos. Ahora a raíz de la difícil realidad económica. Quizá se agudice más adelante, si no son tomadas las previsiones que el caso amerita.
Mucha gente no está en condiciones de ofrecer una alimentación suficiente, variada y nutritiva a sus hijos, debido a la adversidad de los tiempos, que golpea duramente al país. Más aún si tiene una numerosa prole. El pan de batalla ha perdido peso y tamaño. Tiende a desaparecer el arroz, en los centros de abasto. El precio de la carne de pollo ha subido enormemente. Escasean otros artículos alimenticios. Nadie tiene la capacidad para recuperar la estabilidad económica que tiende a descontrolarse. No hay bolsillo que aguante la crisis económica. Los sueldos y salarios están por los suelos. De veras que el boliviano ha perdido su poder adquisitivo. Con cien bolivianos, apenas se puede adquirir algunos componentes de la canasta familiar. Y con razón repercute el sonido de las cacerolas vacías. Parece que la población está obligada a hacer filas para adquirir alimentos, como en países donde se impone la dictadura socialista. La situación se originó en 2014, año que marcó la caída de la producción gasífera. Por consiguiente, su secuela contribuyó a elevar los índices de la desnutrición en la población infantil. Inclusive las familias empezaron a consumir menos proteína. Y los que no percibían haberes, ni gozaban de seguridad social, estuvieron condenados a un futuro nada prometedor. Como aquellas personas que se dedican a promover el comercio informal. Su número se ha multiplicado, por falta de fuentes de trabajo.
En suma: ojalá el gobierno de turno se digne a solucionar la crisis económica, para que la desnutrición no devaste a quienes representan nuestro futuro.
La desnutrición de siempre
Severo Cruz Selaez
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