La agitada vida política boliviana no siempre ha sido propicia para mantener íntegras e idóneas sus instituciones, las cuales a su vez son las causantes para un permanente fracaso de la democracia; ambas, se complementan, se apoyan o se perjudican. En el año 2007, se votó por un nuevo sistema de gobierno, con la esperanza de que instaure una avanzada transformación institucional y reconstruya la democracia desacreditada.
El MAS, aplicó reformas más allá de lo esperado, cambió todo cuanto pudo para borrar el pasado republicano. Eliminó, modificó y creó nuevas instituciones, les cambió de nombre y estructura en su propósito de abolir cualquier rastro del pasado neoliberal, hasta le cambió el nombre a la nación, desde entonces se llama Estado plurinacional. La Asamblea Constituyente aprobó la nueva Carta Magna y permitió establecer una nueva institucionalidad.
Una institución, es una forma de organización social, pública o privada, destinada a un propósito. Y se dice que existe crisis cuando esa organización es afectada por cambios profundos y peligrosos, que modifican su naturaleza, sea por acción propia, o por la intervención de otras instituciones, que invaden, modifican, o anulan sus atribuciones; desnaturalizan su esencia, y su razón de existir.
De un modo general, la crisis se identifica comparando el desequilibrio entre un antes y después. La crisis, según Erik Erikson, psicólogo alemán, «comprende el paso de un estadio a otro, como un proceso progresivo de cambio de las estructuras operacionales, o un proceso de estancamiento regresivo». Esta definición puede aplicarse al campo del quehacer político público, y entender como estadio de estancamiento cuando la gobernanza «no cumple sus funciones», o una fase regresiva cuando sus instituciones están perdiendo vigencia; y, además, como una desviación de sus funciones hacia propósitos perjudiciales, que puede resultar funesto en lo que hace al tejido institucional del país y, al ser amplias, persistentes y múltiples, ocasionan la “desinstitucionalización”. Tal desorden provoca caos, se anulan las jerarquías, surgen conflictos entre poderes, la sociedad se enfrenta a la incertidumbre. La crisis institucional es perversa y es corrosiva, se trasmite de una a otra, ya nada se hace bien.
Lant Pritchett, economista americano experto en desarrollo, explica la crisis institucional a través del concepto inequidad. «La inequidad y la falta de justicia están destruyendo nuestras instituciones», afirma, y aclara que la inequidad es sinónimo de desigualdad e injusticia. “Esta falta de justicia es profundamente dañina porque corroe la legitimidad de las instituciones y genera desconfianza en el sistema. La inequidad, está destruyendo nuestras instituciones y socavando la democracia”.
“Cuando las personas ven que quienes triunfan lo hacen por su conexión con el poder y no por mérito, se pierde la fe en el sistema”. Sin esta creencia básica, que debería ser el cimiento de la democracia y del desarrollo, es difícil construir una sociedad próspera y estable. Esto, a la larga, genera resentimiento y desconfianza en las instituciones. Los gobernantes lo saben porque son los auténticos autores, saben que a una institucionalidad débil le corresponde una democracia débil, y siendo débil es más fácil que esos gobiernos pasen a ser autocráticos. En la medida que las instituciones colapsan, la democracia muere. De ese modo, la crisis institucional es la ruta que apoya a un gobierno para ser totalitario, el paso previo para convertirse en dictador. La crisis es poco decir, el derrumbe institucional es el camino a la ruina.
El autor es periodista.