Desde el siglo pasado los gobiernos bolivianos han convertido al Estado nacional en el pararrayos de toda clase de exigencias de sectores sociales, para resolver problemas económicos y políticos. Se ha convertido al Estado en una empresa de beneficencia que, además, fue deteriorado por la ineficiencia de los gobernantes, que fueron incapaces de resolver los grandes asuntos que incumben a todo tipo de instituciones y organizaciones sociales que, con o sin razón, piden soluciones, mientras ellas no se esfuerzan lo suficiente para arreglar sus problemas y creen que el Estado providencialista tiene la obligación de resolver sus crisis, desde domésticas hasta generales.
Por su parte, debido a debilidades, ciertas o inciertas, el Estado accede a todos los pedidos y demandas, y adopta soluciones ineficaces que, además, agravan la crisis. Así se forma un círculo vicioso que termina arruinando tanto a los peticionarios como al Estado en cuestión.
En esa forma, muchos piden y casi nadie se esfuerza al máximo para solucionar sus conflictos por su cuenta. Así, entonces, los peticionarios recurren a los procedimientos políticos y tumban gobiernos, creyendo que los nuevos arreglarán las situaciones difíciles en las que se encuentran, descubriendo al final que hasta “golpes de Estado” nada arreglan.
Ese fenómeno socio-político se agravó con recientes medidas y el Estado se ha convertido en el padre de familia que tiene que atender a todos, pero finalmente a nadie atiende. Entre tanto, empresas, sindicatos, gremios, instituciones de beneficencia, cooperativas y otras ven que su situación no es buena y miran al Estado para que les dé una “manito” y sean sacados de sus embrollos. En particular, esa forma de ver las cosas, se presenta en organismos empresariales que, además, gozan de varios beneficios.
Piden, además, mejorar caminos, reprimir a los delincuentes, mejoras técnicas, etc. Pese a todo, exigen que se mejore la situación del país, sin que ellos hagan todo lo necesario en beneficio de sí mismos. Inclusive se da el caso de que entidades agropecuarias se benefician con altos precios de exportación de sus productos, pero siguen tendiendo la mano ante el Estado benefactor que, por su parte, se derrite ante la primera solicitud y también ante un bloqueo de caminos o una amenaza para hacer quebrar la economía nacional.
Ese estado de cosas es frecuente en países atrasados y, en esa forma, en vez de salir del pantano, se enfangan más. Además, el ejemplo lo siguen sindicatos, gremios, organizaciones sociales y otros y, en esa forma, todos marchan hacia el precipicio, incluyendo el Estado benefactor.
En ningún país que tenga un gobierno con sentido de lógica económica, ocurre esa situación irracional. Allí inclusive las subvenciones paternalistas y el dinero usado para esos fines se convierten en capital que, a la par, multiplica el crecimiento, en vez de producir miseria.
En resumen, en Bolivia hoy el Estado es todo y el pueblo nada.
Estado pararrayos de exigencias
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