Una guía inequívoca para meditar los misterios: La que es fuente de resplandor y esplendor, nos prepara para el encuentro con su hijo, deseosa de que el mundo se salve por él, como abogada nuestra. Así, mientras salimos al reencuentro del niño que somos, descubrimos con ella, el gozo que produce el acontecimiento de la Encarnación. Notamos, además, que poniéndonos al pie de la cruz y dejándonos acompañar por quien es refugio de los pecadores, la confianza y el consuelo nos embellece.
I.- Un reflector de luz; como madre
del buen consejo
La Inmaculada Concepción, aflora en nuestra existencia, con el testimonio de su vida; lo que nos anima y reanima, a creer en los níveos signos. Nos invita a dejarnos mirar, a ser el poema del adviento, la mano tendida y extendida, el verso que glorifica el día, como figura resplandeciente. Necesitamos su crepúsculo, para descubrirnos y abrigar, la savia que hemos perdido; su sola claridad nos coloca, a vivir en el manto celestial.
II.- Un destello de pureza; como madre
digna de alabanza
María supo acoger los dones, considerar su valor y su valía, turbarse ante los ojos eternos, exponer la dicha del asombro, con devoción habitual al bien. Bajo este veraz soplo vertido, la fuerza resplandece a diario. La Reina, es la llena de gracia; es el nombre que Dios le dota; y, por ende, vacía de pecados. Alcánzame trono de sabiduría, y llévame a la puerta del cielo; sé mi estrella de cada jornada, el amparo de todo desamparo, y el consuelo de los afligidos.
III.- Un relumbro de madre: como
madre digna de veneración
Atónitos por las negras nubes, que se observan por el mundo; venimos a ti, Madre de Cristo, para rogarte a golpe de pecho: fuera los odios, venga el amor. Por tu contemplación atraídos, horizonte insigne de devoción, hoy nuestros ojos te acarician, sabiendo de nuestra debilidad, pero conscientes de tu auxilio. Seguros de tu ayuda maternal, como alba de todos los santos, seamos virtuosos para acoger, el ardor divino con tu bondad, con firme esperanza y caridad.
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