Desde tiempos de la Ilustración (siglos XVII-XVIII), la misión de los pensadores y su principal activo, los escritores, ha oscilado entre el compromiso político y la concientización de la sociedad; entre la adhesión orgánica al poder y la defensa de la lucidez frente a la manipulación política. La disyuntiva que hoy se presenta al intelectual latinoamericano no difiere sustancialmente de la que tuvieron que zanjar sus ancestros, pero al igual que en la Guerra Fría, el novísimo contexto político ha encumbrado el papel del ‘acompañante del poder’.
Las razones y características de este fenómeno varían de país a país, incluso de una región a otra, aunque en los contextos de menor desarrollo tienen en común el profundo deterioro de la política y el envilecimiento de su relación con la cultura.
Para concretar ese vínculo, el poder estableció lazos clientelares con figuras mediáticas capaces de penetrar en los grupos culturales. Por tratarse de una iniciativa novedosa, esta gremialización no encontró obstáculos significativos. Al poco tiempo su cúpula administraba partidos acompañantes, lideraba redes, avasallaba cámaras del libro, era dueña de librerías y editoriales, determinaba la agenda de casas de cultura, influía en cargos universitarios, era accionista de un periódico e intervenía en otros.
La fisionomía tentacular de estas logias, de pocos observada por ser ellas mismas quienes acomodaban los reflectores, tuvo en sus inicios un efecto saludable al favorecer actividades legítimas, como la organización de ferias y el encumbramiento de obras desconocidas.
Sin embargo, el creciente poder al margen de la transparencia hizo que las logias cruzaran la línea roja que las separaba de la práctica pandillera, e incursionaran en las técnicas del desprestigio y la marginalización. Algunos ejemplos pueden ilustrarlas: el encargo de que un periódico deje de publicar las columnas de cierto escritor; que una casa de cultura rechace la presentación de un libro (o pida sumas elevadas); que el escritor infamado no pueda publicar en todo el país; rechazar a los autores que publicaron en autoedición; etc.
Hace una década denuncié en un diario de Cochabamba la aparición de este fenómeno y cité a un experto para quien las logias habían deformado y empobrecido la expresión intelectual del país. Por esas fechas tenía listo un manuscrito en el que analizaba la doctrina integracionista de Benedicto Medinaceli, el gran pensador potosino: su propuesta de 1862 antecedía en un siglo a la Teoría de la dependencia, muy influyente en nuestro continente. Sin razones visibles, empero, fue silenciada durante 151 años y en el momento de querer rescatarla, el manuscrito fue bloqueado con llamativa coordinación.
Pero es posible presagiar un cambio de tendencias en el papel del intelectual, así sea solo porque las logias llevaron muy lejos el compromiso político y es urgente dignificar la relación del poder y la cultura; en los hechos: salvar la función del intelectual como creador de conocimiento y causante de lucidez. Este proceso dispone de más instrumentos que antes. A las publicaciones independientes se han agregado: autoedición, difusión de eventos en la red, edición en otros países, e-books, etc. Ellos irán mermando la función central de las logias (entrega de votos colectivos al poder) e inviabilizarán los métodos empobrecedores de la actividad intelectual.
Germán A. de la Reza es autor de ‘B. T. Medinaceli y su Proyecto de confederación’, México, 2019.