Parte I
La conclusión del bachillerato implica que los estudiantes bolivianos deben confrontar una serie de preguntas respecto a su futuro. Entonces, ¿cómo se podría evitar que estas dudas se conviertan en procrastinación crónica, desidia y anomia? La procrastinación supone que algunos bachilleres se tomen algunos meses y hasta algunas décadas para decidir qué harán con sus vidas. La desidia implica que ellos muestren una total indiferencia por los problemas sociales y humanos vigentes en su realidad inmediata. La anomia se constituye en la inmersión paulatina en un mundo degradado, sin leyes y sin normas sociales que sean consideradas válidas. En ese contexto poco halagüeño, hay tres desafíos que los bachilleres nacidos en Bolivia deben desarrollar para enfrentar exitosamente su devenir humano por el Siglo XXI.
Primero, los bachilleres deben cambiar el paradigma de empleadurismo por el de emprendedurismo. Curiosamente, Bolivia, Corea del Sur y España –solo por citar algunos ejemplos– son países que tienen una cosa en común: los jóvenes buscan conseguir un cargo público, puesto que esto les garantiza estabilidad laboral, un seguro social y una jubilación. La vocación de servicio, las aptitudes innatas e inclinaciones personales parecen ser de poca importancia en este punto. Algunos sostienen que es mejor invertir dinero y esfuerzo en levantar un negocio, en lugar de “dilapidarlos” costeando una carrera universitaria de cinco años. Opino que ambas cosas son complementarias: la teoría está desarrollada en las aulas universitarias y la práctica se ejerce en un emprendimiento. Por lo tanto, yo recomiendo a la juventud que llene las aulas de instituciones de educación superior y que, luego, busque emplear el conocimiento que se adquirirá allá en negocios que produzcan dinero. En suma, los jóvenes deberían dejar de ser empleados y procurar convertirse en generadores de empleo.
Segundo, los jóvenes deben apropiarse del slogan “aprender a aprender” como un hábito de vida para ir a la par de los cambios técnicos y tecnológicos. Las personas que conocen los procesos de aprendizaje y que realizan la metacognición, es decir, preguntarse por la forma en que ellos aprenden, tienen la capacidad de adecuarse a los raudos cambios que provee la tecnología. En los noventa, tuvimos que incluir palabras nuevas en nuestro vocabulario, como computadora, disquete, mouse, etc.; en las dos primeras décadas de este siglo, incluimos en nuestro léxico conceptos como Internet, mensajería instantánea, redes sociales o educación virtual. En estos últimos años, robótica o inteligencia artificial no solo son dos nociones vinculadas a películas de ciencia-ficción, sino son dos concreciones que tienden a transformar el mundo y facilitar la cotidianidad de nuestras vidas.
Tercero, los bachilleres deben desarrollar el pensamiento crítico para evitar caer presas de las modas de alcantarilla que intentan infiltrarse hasta por las reformas judiciales del mundo. Aparentemente, la evolución social trae consigo nuevos aires que ayudan a la sociedad en su conjunto a mejorar; sin embargo, muchos movimientos desarrollados en el mundo –supuestamente, en defensa de las minorías, de los sectores vulnerables y cuasi indefensos– han provocado confusión, inestabilidad social y censura en distintas partes del orbe. No conviene aprender estas ideologías porque su validez tiene fecha de caducidad casi inmediata.
Debemos recordar, además, que hay dos núcleos que definen a Occidente: la influencia judeo-cristiana determina nuestros valores, democracia y jurisprudencia; el influjo grecorromano establece nuestra concepción de arte, civilización y cultura. Quienes creemos en la democracia, la libertad y la paz, debemos defender los altos valores occidentales. Esta defensa forma parte, por supuesto, del pensamiento crítico, pues si entramos en alianza con ideologías que resquebrajan nuestros valores occidentales, estamos ayudando a la destrucción del mundo en que vivimos.