El trabajo se concretó en el marco de un estudio en el cual participaron 2.788 voluntarios con trastornos de control de impulsos en tratamiento en el hospital general y escuela de la Universidad de Sao Paulo (Brasil). Según sus autores, los profesionales de la salud deben evaluar en estos casos no solamente los intentos de suicidio explícitos, sino también otros modos de comportamiento que constituyan amenazas a la vida.
Tal como su propio nombre sugiere, los trastornos de control de impulsos (TCI) comprenden una serie de condiciones psiquiátricas que se caracterizan por la dificultad de controlar los impulsos y los deseos, lo que puede derivar en conductas inadecuadas y perjudiciales. Un estudio realizado en el Instituto de Psiquiatría del Hospital de Clínicas (HC) de la USP, es decir, el complejo hospitalario administrado por la Facultad de Medicina de la Universidad de Sao Paulo (FM-USP) en la ciudad de Sao Paulo, Brasil, indicó que las personas que los padecen están sujetas a una probabilidad mayor de ejercer conductas suicidas.
La referida investigación comprendió a 2.788 voluntarios en tratamiento en el Consultorio Externo Integrado de Trastornos de Impulsos (Amiti) de la institución entre 1998 y 2019. Fueron recabados datos mediante entrevistas psiquiátricas estructuradas (que siguen un guion de preguntas fijado previamente, aplicado a todos los entrevistados por igual) y semiestructuradas (un modelo que permite una mayor flexibilidad en las entrevistas).
Luego se aplicaron métodos estadísticos para la detección de factores de riesgo y protección asociados a las conductas abiertamente suicidas (intentos de suicidio) y encubiertas (cuando no existe una intención explícita de suicidio, pero la persona se pone en riesgo) en esa población. Asimismo, se analizó la asociación entre esos dos tipos de conductas vinculadas al suicidio para entender cómo coexisten y si comparten factores de riesgo.
“Decidimos investigar este tema por causa de la necesidad de entender mejor las conductas suicidas en los pacientes con trastornos de control de impulsos, un grupo que ha sido poco estudiado, pero que presenta elevadas tasas de suicidalidad [un vocablo clínico que abarca tanto la ideación suicida como el intento efectivo de causarse la propia muerte]”, comenta el psiquiatra Rodolfo Furlan Damiano, quien participó en el estudio. “Asimismo, la literatura existente se concentra en las conductas abiertamente suicidas, pero las encubiertas se han estudiado poco”.
Los factores de riesgo específicos
Los resultados de este trabajo, que contó con el apoyo de la FAPESP, salieron publicados en el International Journal of Mental Health and Addiction. Y revelaron que quienes padecen TCI experimentan una mayor tendencia hacia las conductas abiertamente suicidas y otras encubiertas; y que existen relaciones entre ambos tipos de conductas suicidas. También fue posible identificar tanto factores de riesgo compartidos como otros específicos para cada tipo de conductas.
“Los pacientes que exhibieron conductas encubiertas estaban sujetos a 3,5 veces más probabilidades de relatar también intentos de suicidio en comparación con las personas sin TCI”, comenta Furlan Damiano. Los factores comunes a ambos perfiles suicidas fueron los síntomas depresivos, la hostilidad indirecta [agresión pasiva] y la baja autodirección, una condición que refleja la falta de autonomía y de control sobre las propias acciones, lo que deriva en mayores dificultades para afrontar desafíos y regular las emociones.
En tanto, los factores específicos de la conducta abiertamente suicida fueron el género femenino (un dato compatible con la literatura, pues sugiere que las mujeres intentan suicidarse con una mayor frecuencia, aunque los varones tienden a consumar más estos actos), la autotrascendencia (pacientes que tienden a verse como parte de algo mayor y poseen inclinaciones espirituales o filosóficas), la autoagresión no suicida (cortes y quemaduras) y el historial de internaciones psiquiátricas para tratar afecciones tales como la depresión o el trastorno bipolar.
A su vez, los factores específicos para la conducta suicida encubierta fueron la edad más joven (lo que puede estar relacionado con una menor capacidad de evaluar adecuadamente los riesgos y las características impulsivas que predominan en esa franja etaria), una mayor cantidad de hijos (lo que puede reflejar el estrés y el peso de las responsabilidades parentales en individuos con trastornos de control de impulsos), el consumo de tabaco o el historial de tratamiento de adicción al tabaco (lo que sugiere que el consumo de sustancias puede estar relacionado con las conductas autodestructivas) y el trastorno explosivo intermitente (un cuadro caracterizado por las explosiones de ira desproporcionales, lo que refleja el nexo entre la impulsividad y el riesgo de ejercer comportamientos autodestructivos).
Por último, los factores protectores fueron la mayor frecuencia de la participación religiosa, que fue importante contra las conductas suicidas encubiertas, un hallazgo ubicado en sintonía con otros estudios que muestran el rol positivo de la religiosidad en la disminución del riesgo de suicidio, y el diagnóstico de trastorno de escoriación, un tipo específico de TCI que lleva a la persona a lastimarse en su propia piel.
“De una manera interesante, los pacientes con trastorno de escoriación mostraron una menor probabilidad de asumir conductas suicidas encubiertas, lo cual sugiere que este cuadro puede funcionar como una vía de expresión de la impulsividad menos letal en comparación con otras”, dice Furlan Damiano.
De acuerdo con los investigadores, estos hallazgos refuerzan la importancia de abordar las conductas abiertamente suicidas y las encubiertas y de considerar los factores individuales, sociales y clínicos al evaluar el riesgo de suicidio entre pacientes impulsivos. Los estudiosos estiman que las conclusiones a las que se arribó en el marco de esta investigación pueden aplicarse en la práctica clínica de inmediato.
“Los profesionales de la salud mental deben evaluar no solamente los intentos de suicidio explícitos, sino también las conductas encubiertas que elevan el riesgo de muerte, como la conducción peligrosa o la exposición a situaciones de riesgo”, opina Furlan Damiano. El investigador remarca que estos comportamientos suelen subestimarse. Al detectarlos, los profesionales de la salud pueden intervenir de una manera más eficaz para prevenir intentos de suicidio. “Asimismo, los factores de riesgo identificados anteriormente deben investigarse en todos los casos de riesgo de suicidio entre pacientes con elevada impulsividad.”
El psiquiatra pone de relieve también la importancia de evaluar tanto los factores clínicos como los de la personalidad en los pacientes impulsivos. Sucede que el estudio demostró que rasgos tales como una alta hostilidad indirecta y la baja autodirección tienen una fuerte ligazón con las conductas suicidas. Asimismo, los datos sugieren que los factores relacionados con la vulnerabilidad social, tales como la baja escolaridad y la falta de apoyo familiar, también cumplen un rol significativo en el riesgo de suicidio, e indican que las intervenciones enfocadas en el apoyo social pueden ser igualmente cruciales.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce que el suicidio constituye un problema de salud pública global. Se estima que 700.000 personas mueren en el mundo anualmente por esta causa, un 80 % de ellas en países de medianos y bajos ingresos. En Brasil, en el año 2021, fueron 15.000 muertes por suicidio (una cada 34 minutos), la tercera causa de fallecimiento entre los jóvenes de 15 a 29 años… (Agencia FAPESP).