Me adelanto a explicar que, pensar como economista no significa o garantiza elegir siempre la opción que maximiza el beneficio individual, menos el beneficio social, pese a lo que un economista pueda decir a otras personas sobre su profesión. Es más, hay una amplia y moderna teoría que habla de la economía del comportamiento y la racionalidad limitada, con la que, en realidad, uno se comporta en la vida. Uno de sus principales exponentes es el premio Nobel de Economía en 2017, Richard Thaler.
Entonces, ¿Qué tiene de especial elegir a un candidato pensando cómo economista? En 2025 elegiremos a un presidente bajo una coyuntura netamente económica, para ser exactos, términos como inflación, recesión, paro, deuda externa o déficit gemelo marcarán la agenda política de los candidatos y uno esperaría que la población elija al candidato que presente el mejor plan económico para hacer frente a estos problemas. Sin embargo, siguiendo la lógica de Thaler, a menudo nuestros actos son contrarios a lo que nos conviene, porque, entre otras cosas, nuestro proceder está fuertemente influenciado por todo tipo de sesgos y uno de los sesgos más enraizados es la ideología política.
Trataré de explicar el sesgo ideológico y cómo se puede incorporar esta variable para la elección de un candidato haciendo uso de lo que en teoría económica se conoce como el Modelo de Hotelling. Desarrollado por Harold Hotelling en 1929, es una herramienta económica y matemática para analizar cómo los competidores eligen su posición en un mercado. En el contexto político, el modelo se utiliza para explicar cómo los partidos o candidatos en elecciones deciden sus posiciones políticas para maximizar el apoyo de los votantes.
Considere los siguientes supuestos: 1) El mercado político es lineal: encontramos partidos políticos que se encuentran en la extrema izquierda, pasando por el centro, hasta partidos que enarbolan posiciones de extrema derecha. 2) Costos de distancia: los votantes prefieren a los candidatos cuya posición está más cerca de su propia preferencia. Entre más lejos esté un candidato de la preferencia del votante, menos probable es que lo elijan. 3) Competencia estratégica: los candidatos ajustan su posición para capturar la mayor cantidad de votantes, teniendo en cuenta la ubicación del otro candidato.
Ahora, considere las siguientes realidades: 1) Por cerca de 20 años la población boliviana se situó en el lado izquierdo de la distribución en más de dos tercios (aproximadamente 67%). 2) La extrema derecha no llega ni al 5% del electorado boliviano. 3) El centro de la distribución (izquierda y derecha) debe bordear el 60%. 4) La fidelidad partidaria solo la tiene el Gobierno y solo se circunscribe a los salarios altos de los funcionarios públicos y a los que tienen la menor capacidad para ejercer un cargo público.
Perspectivas para el 2025: Teniendo en cuenta el supuesto 2 sobre los costos de distancia, es poco probable que la extrema derecha capture votos del lado izquierdo de la distribución, por más que el Gobierno haya generado el descalabro económico, pero ¿Quiénes pueden ser considerados de extrema derecha? A mi parecer, los que son la antípoda del colectivismo, los admiradores de Milei, Trump, Bolsonaro y las ideas libertarias. No creo que sus ideas sean erróneas, pero asumen supuestos algo irreales, como la disciplina fiscal cuando el país afronta un enfriamiento de la actividad económica, y que los costos de sus medidas serán adoptados mansamente por la población, o en otro aspecto, que sus discursos insultando a la izquierda o llamando “juntucha” o timoratos al centro les haga subir en las encuestas.
Bajo el modelo analizado y considerando las características históricas de los votantes y las opciones de los opositores al MAS, solo el centro puede robar votos de los extremos y del lado izquierdo de la línea política. No es una cuestión de ser tibios, es ser estratégicos, es aplicar políticas económicas coherentes, se trata de elegir a un candidato pensando como economista.
El autor es Analista económico y financiero.