La sociedad inicia el año con la expectativa puesta en eventos como el bicentenario de la independencia y la elección nacional, ambos a celebrarse en agosto de la gestión en curso, pero está prohibido olvidar el mayor desastre ecológico ocurrido en Bolivia, en el que se carbonizaron varios millones de hectáreas de bosque en el oriente (sobre todo en Santa Cruz y Beni). Los seres humanos tendemos a olvidar muy fácilmente ciertas cosas, a relajarnos cuando el problema (aparentemente) ya pasó. Mas si nos damos el lujo de olvidar aquel terrible acontecimiento ocasionado tanto por agroindustriales como por interculturales chaqueadores, estaremos condenados a volver a inhalar humo y perder aún más biodiversidad este 2025.
De acuerdo con un informe de Global Forest correspondiente a 2023, Bolivia es el tercer país con la mayor pérdida de bosques primarios tropicales, por debajo de Brasil y la República Democrática del Congo. Pero la deforestación no es ni de lejos el único problema. La minería del oro también contribuye al desastre, contaminando las aguas que luego son consumidas por determinadas poblaciones indígenas. Por esos dos motivos, Bolivia vive en estos últimos años una crisis ambiental sin precedentes. Como ya sabemos todos, la crisis que enfrentamos es, además, económica, social e institucional, pero está prohibido olvidar la crisis ambiental, posiblemente la más importante de todas, ya que sin bosques y agua la vida humana es imposible.
En Bolivia, lo más urgente es poner un freno legal a la minería aurífera y los chaqueos, y para ello se necesita una verdadera voluntad política de detener el desastre ecológico. Por desgracia, los gobiernos populistas, dado que su legitimidad se afirma en la aprobación de mayorías generalmente ignorantes, carecen de esa visión de gobernar con responsabilidad y mirando a largo plazo. Ahora bien, se debe tener en cuenta que el populismo no es exclusivo de políticos de izquierdas, pues muchos políticos de derechas también subestiman la gravedad de la crisis climática, creyendo que la razón instrumental, la tan celebrada libertad y la mano invisible del mercado resolverán los problemas de forma automática. No obstante, como se demuestra en países primermundistas y libres como Estados Unidos o Japón, el mercado y el capitalismo han sido incapaces, al menos hasta hoy, de detener los estragos infligidos a la naturaleza.
Desde mi ignorancia y mi modesta posición de escritor, me atrevería a decir que aún estamos a tiempo de detener el problema y que las consecuencias no sean tan catastróficas de aquí a algunos años. Ejecutar en nuestra vida cotidiana pequeños cambios, como decir no para siempre a las fogatas o dejar de botar plásticos, puede servir, pero la verdad es que los mayores causantes del desastre no somos nosotros, pequeños y simples mortales, sino los grandes industriales y los gobiernos populistas. A estos son a los que necesitamos convencer de que dejen de arrasar bosques y obligar a que rindan cuentas claras. Las causas del problema son realmente estructurales, y en Bolivia las principales son las políticas públicas a favor del agronegocio, que impulsaron la producción de monocultivos y redujeron los impuestos para los agroquímicos.
Pero creo que en este panorama desolador hay una luz al final del túnel. Como un sistema democrático se basa en instituciones y representantes, aquel cuenta con mecanismos de autocorrección que se activan cada vez que algo no marcha de forma oportuna. Ergo, si la gente vota bien en agosto, es decir con inteligencia (por el candidato mejor y no por el que pronuncia discursos demagógicos), un buen gobierno regirá luego del actual, las instituciones se reconstruirán poco a poco y los representantes abogarán por los intereses ciudadanos, exigiendo regulaciones racionales y razonables del aparato público cuando se susciten problemas, como pueden ser los voraces incendios o los ríos contaminados con mercurio debido a leyes terribles. Quiero decir que, más allá de lo que podamos hacer como activistas o personas que cuidan la naturaleza, la clave está en votar bien en los próximos comicios.
La crisis ambiental es, junto con el peligro de una guerra de gran escala, el problema mayor y sobre el cual deberíamos poner todos nuestros esfuerzos para mitigarlo. Por eso, está prohibido olvidar lo que Bolivia pasó a mediados de 2024, cuando abríamos la ventana del dormitorio o la oficina y no veíamos más que un cielo cetrino, contaminado debido a la irresponsable ambición del ser humano.
Ignacio Vera de Rada es politólogo y comunicador social.