Bolivia cumple 200 años de vida republicana en un contexto que, lejos de la unidad y prosperidad esperadas, está marcado por contradicciones, violencia y las mismas falacias que han alimentado el discurso político durante décadas. En esta nota no busco simplemente criticar, sino también reflexionar, con una dosis de ironía, sobre las dinámicas que nos definen como país y como sociedad.
En un año clave como el 2025, el eslogan “vamos a salir adelante” seguirá resonando como una afirmación hueca frente a una economía en crisis. La inflación y la escasez continuarán golpeando los bolsillos de los ciudadanos, mientras que las promesas gubernamentales seguirán perdiendo credibilidad. La insistencia en esta frase, repetida hasta el cansancio, revela un vacío de soluciones concretas por parte del gobierno de Arce Catacora.
El proceso de “industrialización” seguirá siendo un mantra recurrente del gobierno, convirtiéndose en un ejemplo paradigmático de cómo las palabras pueden distanciarse de la realidad. Con más de 190 empresas estatales deficitarias, que solo incrementan el gasto público y perpetúan una burocracia ineficiente, la retórica industrializadora suena más a un chiste lastimero que a un proyecto serio.
El Chapare, denominado por Evo Morales como “reserva moral de la humanidad”, es quizá el ejemplo más extremo de hipocresía política. En lugar de ser un modelo ético, la región es señalada como epicentro del narcotráfico y todas actividades ilícitas que derivan de ello. Esta contradicción es una metáfora del deterioro de las instituciones y valores en el país. De seguro escucharemos frases parecidas por todos los seguidores opioides de Morales.
En el campo opositor, las perspectivas no son alentadoras. La fragmentación y las luchas internas han convertido a sus líderes en caricaturas de sí mismos. Carlos Mesa seguirá atrapado en su retórica tibia; Samuel Doria Medina seguirá siendo un tictoker más, dejando en claro su incapacidad de liderar un cambio político real y Manfred Reyes Villa enfrentará su aislamiento político con alianzas irrisorias. Todo esto deja la ilusión de un frente opositor unificado como una mera fantasía.
Por su parte, la Asamblea Legislativa Plurinacional continuará siendo un escenario circense de enfrentamientos más que de debates serios. Las peleas, insultos y conductas cuestionables reflejan la falta de preparación y vocación política de quienes ocupan cargos de representación; los maletines negros seguirán suplantando a las ideas, los insultos a los discursos y los escupitajos de «pijcheo» de coca a la inteligencia.
De cara a las elecciones generales, las dudas sobre la imparcialidad del Órgano Electoral Plurinacional persistirán. Las denuncias de fraude y las tensiones podrían desembocar en enfrentamientos violentos, recordándonos los episodios más oscuros de nuestra historia reciente.
El papel del Chapare y el narcotráfico en la estabilidad del país no puede ser ignorado. La posibilidad de enfrentamientos armados entre el Estado y el crimen organizado es un riesgo latente que no debemos subestimar ni dejar pasar de largo.
Sin embargo, 2025 también nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre los errores del pasado y tomar decisiones informadas. El Bicentenario puede ser un punto de inflexión para repensar el tamaño y la función del Estado, así como para impulsar políticas que fomenten la libertad económica.
Entre las anécdotas más pintorescas del año, no faltarán declaraciones como las del exvocero presidencial, Jorge Richter, quien afirmó estar preparado para ser presidente desde su niñez. Este tipo de afirmaciones, aunque puedan arrancar risas, también subrayan la ligereza y la hipocresía con la que son abordados temas serios en nuestra política.
En conclusión, el Bicentenario de Bolivia es una oportunidad para reírnos de nuestras contradicciones, pero también para mirar con seriedad las causas de nuestras crisis recurrentes. Más allá de las mentiras, chascarrillos e hipocresías el 2025 puede ser el año en que, como sociedad, decidamos cambiar el rumbo y construir un futuro más prometedor para nuestro país.
El autor es teólogo, escritor y educador.