Cuando iniciaba mi vida como flamante titulado de economía, alguien me preguntó: ¿Qué hace un economista? Mi respuesta inmediata fue: la administración eficiente de recursos escasos para múltiples necesidades; por supuesto ese tipo de respuestas quedan en el éter, años después me volvieron a hacer la misma pregunta y respondí: comportarse y tener las características de un mafioso, lo que provocó una sonrisa extrañada y las cejas fruncidas, señales indiscutibles de alguien que quiere seguir escuchando. Arranque explicando que no se trataba de un mafioso cualquiera y evoqué la escena de una película que me cautivó desde la primera vez que la vi: El Padrino, de Francis Ford Coppola.
La escena. El gordo Clemenza preparando una pistola para que Michael Corleone, dejando a un lado sus límites éticos, cobre venganza por el atentado contra su padre, Vito Corleone. La escena es fantástica, muestra la transición de un Michael criado para ser un respetado miembro de la sociedad, a un Michael encaminándose en el mundo de la mafia, para tal metamorfosis es necesario un buen maestro. Ahí el gordo Clemenza, al ver nervioso a su estudiante, con toda su experiencia lo calma, lo tranquiliza, le da confianza, le dice que estas cosas malas tienen que pasar cada cinco años, 10 años… Sirve para deshacerse de la mala sangre.
De momento abstraigámonos del hecho de que Clemenza es un mafioso y concentrémonos en su capacidad de identificar ciclos y generar confianza ante la adversidad, cualidades que todo asesor económico envidiaría. Ahora, supongamos, y tómelo con humor, que el gobierno de Arce Catacora contrata a Clemenza para asesorar al gabinete en temas económicos para el 2025. ¿Qué consejos cree que daría?
Por su primera virtud, recordaría que el actual ciclo que vivimos lo arrastramos desde el 2016, cuando el precio de las materias primas cayó y empezamos con el déficit gemelo, es decir, déficit fiscal más déficit comercial; que el primer déficit se presentó por el exceso de gasto del Gobierno y su incapacidad de generar nuevos ingresos, que el comercial se generó porque los bolivianos consumimos más de lo que producimos, que estos déficits provocaron la escasez de dólares y que la debacle se aceleró por la falta de inversión en la exploración de hidrocarburos.
Identificando las causas de este ciclo, el buen asesor recomendaría para el 2025: disminuir y priorizar el gasto fiscal, política monetaria contractiva, apoyo real y de largo plazo con el sector productivo, uso de criptoactivos y llegar a un acuerdo financiero con el FMI. El buen Clemenza señalaría que estas medidas afectarán la demanda agregada, que si el monto acordado con el FMI no es suficiente, significará una contracción económica, por lo que es necesario políticas de oferta agregada, que las mismas no son inmediatas, pues están vinculadas a políticas industriales coherentes, institucionalidad de los servicios públicos y acordar un pacto fiscal para focalizar y distribuir los ingresos y obligaciones.
Por su segunda virtud, recomendaría evitar medidas que signifiquen conflictos entre los sectores económicos, como la confiscación de productos o divisas o restricciones a las exportaciones, pondría ante la justicia a todo aquel que amenace la libertad de movilización de personas o bienes, o que promueva conflictos que atenten contra la seguridad de la población.
Las medidas crearían confianza en los bolivianos sobre los desafíos del 2025, allanarían el camino para las elecciones presidenciales, sentando las bases para una economía de largo plazo.
Levantemos el supuesto de la no naturaleza mafiosa de Clemenza y un asesor así aconsejaría eliminar toda resistencia a la “familia”, sobornar a toda figura de justicia, comprar la lealtad a punta de dádivas o de miedo y continuar la fiesta ad infinitum. ¿Con cuál de los dos Clemenza cree usted que se asesorará el Gobierno? Más allá de su respuesta, en algo tiene razón el gordo Clemenza: Las cosas malas pasan cada cinco, 10 años y la parte baja del ciclo sirve para “limpiar la sangre”.
El autor es Analista económico y financiero.